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Un extraño pedido

Publicado el 19 agosto 2010 por Blopas

Si bien económica en palabras, la nota era precisa en el mensaje. A Kovayashi le satisfizo plenamente la información, en particular porque lo estimulaba a ponerse en movimiento, a entrar en acción. Sin embargo, no era cuestión de salir a la calle y dar pasos en falso por no tomar los recaudos necesarios, sin investigar previamente. Al fin y al cabo, esa era la esencia de su vida, la investigación. La tarde casi se había transformado en un recuerdo, y el doctor era muy consciente de que por más que la oscuridad estuviera al caer, luego de la cura de sueño de la que acababa de salir no podía ni siquiera pensar en volver a acostarse. En consecuencia, dispondría de toda la noche para seguir dándole vueltas al asunto.

Algo que lo intrigaba era la identidad de su nuevo e invisible amigo, que tan bien parecía conocer su espíritu perseverante y justiciero. Esa persona sabía perfectamente dónde vivía, y también estaba al tanto de la paliza que le había enseñado el límite entre la vida y la muerte. Quienquiera que fuera, sabía (por el momento, Kovayashi estaba obligado a aceptar ese supuesto) que la gorda y los otros dos paraban todas las noches hasta las 04:00 en esa esquina maldita, y eso indicaba que se trataba de un vecino preocupado por la higiene del barrio. “Un vecino cobarde”, dijo en voz alta, indignado por la manera en que ese desconocido, supuestamente amigo, lo estaba usando para erradicar a un par de jodidos bastardos sin siquiera ensuciarse las manos.

El hecho de que faltaran tantas horas para las 4:00 estimuló a Kovayashi a escribirle al Dr. Wang el email que le debía. Le parecía increíble que a pesar de haber recorrido a su lado miles de kilómetros hasta los fríos desiertos de Mongolia, no había encontrado un momento adecuado para agradecerle tanta hospitalidad. Sólo hablaron de Ciencia. Dado que Kovayashi nunca daba puntada sin hilo, un encargo especial hizo que su mensaje terminara con muchas más líneas que las que Wang solía leer. Por fortuna, la suerte favoreció a Kovayashi una vez más; como Wang todavía aguardaba su email, lo leyó hasta el final, se alegró de sus cumplidos y agradecimientos, y complació al instante el extraño pedido. Tres días después, Kovayashi recibiría en su casa una pequeña encomienda por correo privado expreso, etiquetada “International Urgent Delivery – Next-flight-out”.

El hecho es que esa misma noche de miércoles, el Dr. Kovayashi, íntegramente vestido de negro cual ninja suburbano, y calzando alpargatas de soga en vez de mocasines, regresó a la esquina de Tres Sargentos y Roca. Llegó temprano, solo, asegurándose de que nadie lo siguiera; incluso salió de su casa por el fondo para evitar al meterete de Scalisi. A pesar de todo, sentía afecto por ese pobre viejo deprimido, y hasta era posible -aunque todavía debía de pensarlo un poco más- que pronto le hiciera una visita estratégica. Había dado un gran rodeo para evitar las luces de sodio de la calle, y avanzaba con cautela de árbol a árbol para no ser visto. Al llegar, se escondió muy bien debajo de un camión estacionado sobre Perón. El barrio estaba en silencio, y por eso, cuando la mujer de pelo amarillo y uno de los muchachos llegaron a la esquina lanzando grandes risotadas y eructos, los detectó de inmediato.

Poco faltó para que Kovayashi los asesinara en ese mismo momento y con sus propias manos, pues coraje no le faltaba. Pero se contuvo; no era su estilo. Un plan bien urdido y concretado lo haría feliz por el resto de sus días, y él tenía previsto vivir muchos años más.

A las 05:50, satisfecha su alma por el éxito de la misión cumplida, Kovayashi ingresó a su casa por el frente. A las 6:00, y al grito de “¡Soy un pelotudo!”, levantó el auricular. Scalisi -el implacable- había vuelto a la carga una vez más.

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