Revista Talentos
Un gorrión en mi cartera
Publicado el 01 febrero 2012 por JoseoscarlopezTengo un gorrión en la cartera. Lo cuido, lo alimento, y él jamás se va aunque siempre dejo la cremallera abierta. Hay espacio suficiente, hace tiempo que no llevo otra cosa, en mi cartera, más que mi gorrión. Cuando salgo de casa meto al pájaro dentro de la bolsa, la cuelgo de mi hombro y voy con ella a todas partes.
Miro a menudo en su interior y el ave me devuelve la mirada. Solo sufro en las aglomeraciones, con cualquier empellón que alguien me propine en la cola de alguna caja o en los bares, en el metro, camino del trabajo...; en toda circunstancia donde pueda sufrir daño mi pequeño gorrión.
Sé que resulta extraño. Me cuesta, aquí y ahora, confesarlo. Hubo un tiempo en que creí que era normal, que todos ocultaban y llevaban encima alguna clase de animal, un diminuto ser en sus mochilas o en sus bolsos, sus maletas, incluso en sus bolsillos. Por eso alojé a mi pequeño gorrión en mi cartera. Cuando me di cuenta de que nadie, en realidad, llevaba ningún animal encima, era tarde: le había tomado cariño, no podía deshacerme de él. Solo le rogaba que fuese silencioso para que mantuviéramos en secreto su presencia constante, junto a mí; que por ejemplo no cantase -odio que me evidencien y llamar la atención-, y que aguardara a que estuviésemos solos para salir, cantar y aletear sin obstáculos.
Pero tardé, como digo, en saber la verdad. Porque creía que los otros manejaban este asunto con gran discreción, yo los imitaba. Trataba de conducirme con sigilo, o así lo intenté, al menos, hasta aquel día. Pero ese día hubo un imprevisto. Me cazaron. Siento gran repugnancia al relatarlo, pero quizás sirva a alguien y a un futuro, espero que mejor, esta tragedia. Alguien se me acercó en el andén del metro, dispuesto a resolver de manera directa la sospecha que a todas luces y por su expresión le corroía. "Qué lleva usted en esa bolsa", me espetó. Negué con la cabeza. Dije no, oh no, ¡no llevo nada!
-¡Usted está mintiendo! -proclamó asiendo mi cartera de repente. Traté de liberarme de su presa, mientras el resto de gente nos observaba. ¡Todos provistos de carteras y bolsas, de mochilas, maletas! ¡Y los asían muy cerca de sí, yo aún creía que con ánimo protector!
-Por favor, no lo haga -rogué inútilmente, porque aquel hombre seguía forcejeando con gran violencia para arrebatarme la cartera -, ¡es solo un pajarillo inofensivo, una bestia inocente como aquella que ustedes esconden para sí!
Y mientras me revolvía y lloraba, todos pudieron escucharlo. ¡Ponían cara de estar en presencia de un loco! ¡Incluso muchos se reían!
Ah, ja, ja, ja, qué pobre loco, pensaban ¡Podía oírlos! ¡Oír sus pensamientos!
¡Es solo un animal!, repito entre sollozos mientras el tipo estruja mi cartera sin ningún miramiento. ¡Y mi gorrión pía desesperado! ¡Este señor lo está matando con sus empujones! ¿Pero es que no lo oye?, me lamento tratando de hacerle comprender.
Es demasiado tarde. Todo ha sucedido rápido. Mi pájaro debe de estar muerto. La cinta para el hombro de mi cartera se ha roto, y el señor la arroja con furia al suelo. Porque la llevo abierta, todos esperan con sorna a que mi pajarillo salga volando o, más probablemente, que emerja moribundo.
Mi pequeño gorrión.
Nada de eso sucede. Y el desprecio burlón con el que me miraban se ha transformado en lástima y en incomodidad, después de que hayan comprobado el alcance de mi desconsuelo. ¡Lo han matado! ¡Ustedes lo han matado!, rujo, y ellos palpan, por una absurda inercia, sus carteras y bolsos, sus maletas, sus mochilas; incluso el agresor.
La incredulidad de todos es absoluta, cuando comprueban que hay sangre en sus manos. La misma sangre que gotea de sus bolsos y forma charcos en el suelo.
Hay sangre en sus manos y en el suelo, y hay horror en sus rostros mientras yo continúo sollozando sin consuelo posible.
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