Revista Literatura

Un gran día (5ta parte)

Publicado el 14 octubre 2013 por Netomancia @netomancia
¿Cuál es la conexión entre tantas muertes? ¿Cuál es el fin de crear caos, de despertar el espanto, de generar temor? ¿Cuál es la razón de matar?
Si tuviese que buscar respuestas, ahora que un celular me ha cambiado la vida, diría que no las hay. Porque por más que las elabore, ninguna encerrará la verdad absoluta. Siempre las causas quedarán escondidas a la razón.
Cuando ella dijo "dos", ya había sacado el revólver de la bolsa.
Cuando ella dijo "uno", sentí que el mundo tal como lo conocía, había acabado. Una fuerza extraña, dominaba mi brazo. Una encrucijada casi irreal entre moral, ética y responsabilidades. Todo lo que me habían inculcado, lo cubría ahora un pantano de locura. El "uno" sonó en mis oídos como una estampida.
Entonces, dejé de pensar.
Estiré mi brazo, lo puse a altura de los ojos y apreté el gatillo. El estruendo permaneció en el aire varios segundos. El cuerpo del intendente, sin embargo, se desplomó casi en un parpadeo. No obstante, alcancé a ver antes la sangre dibujarse en su pecho.
El muchedumbre se desbandó, atemorizada. Fue tal el descontrol, que nadie reparó en el revólver en mi mano. Miraban hacia arriba, creyendo que algún francotirador estaba apostado en lo alto de algún lugar remoto, apuntándoles a la cabeza.
Pero las fuerzas policiales si repararon en mi presencia. Al menos, dos efectivos desenfundaron sus armas y apuntaron. Aunque jamás alcanzaron a oprimir el gatillo. Fueron alcanzados por sendos disparos, perpetrados desde algún recóndito lugar.
Me perdí entre la multitud que escapaba. Me cuidé de no dejar caer el revólver. Ahora tenía mis huellas dactilares. Lo guardé entre mis ropas, mientras escapaba del lugar. En ningún momento dejé de sujetar con firmeza el celular. Solo cuando me sentí a salvo, bastante lejos del municipio, miré la pantalla.
La conversación se había cortado. Instintivamente agaché la cabeza y rogué que sonara de inmediato, para evitar más muertes.
Pero no hubo disparos que derribaran a las personas que deambulaban cerca de donde estaba. Tampoco una nueva llamada.
Miré extrañado aquel aparato. Estaba agitado y confundido. Aunque parezca raro, quería que llamara. Busqué en el registro y siempre aparecía "número desconocido". Revisé los contactos, pero la lista estaba vacía. El celular era otra vez un celular. Caro, de alta gama, una tentación del destino. No lo dudé. Lo dejé caer y primero con miedo y luego con prisa, me alejé del lugar.
Caminé sin sentido durante dos horas. Me decidí regresar a casa muy entrada la noche. Estaba asustado, hambriento y colmado de dudas. ¿Me estaría esperando la policía? ¿Estarían ellos, los que me habían hecho vivir una pesadilla todo el día, apuntándome para matarme? ¿Estaría seguro en casa?
No encendí ninguna luz. Me acurruqué en un rincón de la habitación, dejando que la oscuridad fuera la única compañía posible.
Me dormí sin darme cuenta. Desperté algunas horas más tarde, en la misma posición, pero mojado. Me había orinado. Recién entonces prendí la luz del velador. Lloré un rato, desconsolado. Me cambié de ropa y puse la televisión.
Era tarde y apenas si encontré imágenes de lo sucedido. Las pocas noticias transmitían impotencia y pánico. Daban cifras de muertos mientras se preguntaban si las tragedias tenían relación entre si. Lo apagué. A duras penas, llegué a la cama. Miré la hora y ya había pasado la medianoche.
El día había terminado. Pensé que nunca sucedería. ¿Que pasaría al despertar? No me importaba. Dejaría ese día atrás, si acaso eso era posible. Buscar razones era meter las manos en las entrañas de un cadáver aún tibio.
Como me había dicho la voz desde el otro lado de la línea, el azar era la pieza clave de un engranaje que jamás comprenderíamos.
Apagué la luz y me entregué al sueño. Rostros anónimos ensangrentados vinieron a mi una y otra vez. La pesadilla no terminaría jamás. La muerte posee una señal que jamás se corta.

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog

Revistas