Bibliometro #78. Es obvio, ¿no? La gente tiende a idealizar y exagerar las supuestas cualidades de los productos dependiendo del país del que provengan. Pasa en las películas. Por ejemplo es fácil despacharse a gusto con alguna descerebrada comedia romántica gringa porque Hollywood ahora es una fábrica de salchichas y bla bla bla, en cambio, no lo sé, ver cine europeo u oriental es mucho mejor, ¿no?, pero una descerebrada y malísima comedia romántica es lo mismo en Estados Unidos así como en Italia o Francia (he visto un par que me hicieron sufrir de vergüenza ajena: ambos países, desde luego, también tienen una robusta industria cinematográfica dedicada a producir películas de mierda), o por ejemplo en Japón, que todo es muy kawai y tal, el mismo rollo de siempre, aunque por cada buena película tienen veinte basuras insufribles. Pero ahora hablamos de libros y tenemos entre manos Un grito de amor desde el centro del mundo, y sólo lo pedí por curiosidad, como una especie de gesto anti-idealización, porque insisto, un libro para adolescentes que se aman mucho a pesar de todas las enfermedades y obstáculos será igual en un país que en otro y no porque sea de Japón vamos a estar ante gran literatura. Sé que por ahí hay un tal Blue Jeans escribiendo tonterías sensibleras adolescentes, en Estados Unidos estaba esta novela que hicieron película con Shailene Woodley (Bajo la misma estrella), o esa basura de Las ventajas de ser un marginado (tuve el dudoso honor de haber leído el libro y luego haber visto la película... Horribles). Así que eso, quería probarme a mí mismo.
Ok, no esperábamos encontrarnos con gran literatura pero debo decir que Un grito de amor desde el centro del mundo no es un producto tan insultante como esperaba. ¿Es sensiblero? Sí. ¿Es cursi? Sí. ¿Es pueril, ingenuo, complaciente y autoindulgente? Oh, sí. Ya estábamos avisados, así que veníamos protegidos, pero la lectura de esta típica historia de amor adolescente marcado por la tragedia (un muchacho y una muchacha enamorados desde el colegio, un amor puro y virginal, que se trunca porque ella se enferma y se muere... Y no es un spoiler, ya en las primeras líneas el narrador, el propio muchacho, nos informa de que una tristeza enorme aletarga su corazón, sus movimientos, su vida) resulta ser bastante fluida y agradable, sobre todo cuando se concentra en el aspecto más o menos costumbrista del joven idilio, ya saben, cómo es la vida en la escuela, en el pueblo, en las montañas, los panoramas que hacen en su tiempo libre, los lugares que visitan, las golosinas con que se agasajan mutuamente, los besitos sin lengua que se dan los muy atrevidos, todo lo que rodea a este arquetípico chico-conoce-chica (o chica-conoce-chico, si es que les importa tanto el orden de los factores). Es decir, cuando la novela se mantiene a un nivel descriptivo de los hechos, con alguno que otro apreciable (pero nada genial, nada asombroso) retazo de remedo poético, esta novela resulta lo suficientemente entretenida para que su lectura valga la pena, total no todo puede ser genialidad, magisterio, y hay que saber apreciar los productos solventes que te acompañan, aligeran y amenizan el día.
Ahora bien, ¿el problema?, llega cuando al autor le dan ganas de ponerse a filosofar y reflexionar sobre ideales como el amor, la vida, la muerte, el más allá, la religión, incluso la política y la sociedad, y puede que a algún adolescente sensible y susceptible le parezcan la cosa más inspiradora de su vida (a menos que este hipotético adolescente lea cosas más en la línea de Werther, El extranjero, La ciudad y los perros, La tregua), pero vamos, nosotros no nos vamos a dejar engañar ni impresionar por el pueril pensamiento ilusorio del que tan desvergonzadamente hacen gala estos personajes, tan pagados de sí mismos que creen que con un "yo quiero" o un "porque así lo pienso" basta para enfrentar los retos de la vida, tan embobados en su onanista egoísmo que soportar sus disertaciones simplistas y ombliguistas es cansino, infructuoso e irritante, y lo mismo sucede con el sufrimiento del muchacho y su nihilismo de cartón, su fatalismo de cuarta, su existencialismo de bolsillo con el que sobrelleva el luto de su amada, un dolor incluso más grande que el de los padres (eso piensa el arrogante ese: "yo sufro más que el resto"). En esos momentos la lectura se siente insoportablemente paternalista y condescendiente, pero es que además debe ser peligroso que alguien se crea que el mundo es así como te lo presentan en esta novela tan superficial y artificiosamente romanticona, ese romanticismo barato que apenas araña las máscaras de la realidad y es incapaz de penetrar en el interior de los sentimientos, de las ideas, de los conceptos. Sí, supongo que sí es un maldito problema que el autor perpetre semejantes filosofadas cargadas de imbecilidad y soberbia, porque si su público objetivo es el adolescente (o peor, adultos con crisis identitarias que necesitan sentirse jóvenes de nuevo, recuperar el "idealismo" perdido), entonces no creo que lo respete mucho que digamos, debe tomar a sus lectores por tontos.
Así que, en resumidas cuentas, Un grito de amor desde el centro del mundo es miti mota: hasta que se pone cursi y emocional con la enfermedad de la chica, no es mala al momento de contar los pormenores del plácido idilio (aunque la pluma o prosa esté lejos de ser, no lo sé, notable: es aceptable), pero sí lo es, y con ganas, con diferencia, en la arrogante expresión de su sustancia y de su cosmovisión. Cómo se nota la diferencia de nivel con, por mencionar un referente reciente, Banana Yoshimoto, que en su Tsugumi igual nos contaba las definitorias experiencias de un grupo de adolescentes que aman y sufren, pero, en primer lugar, con una prosa mucho más cuidada y agradable a la vista/lectura, y en segundo lugar, con una voz, una visión, más profunda y compleja y sobre todo abierta y receptiva a las ambigüedades del mundo, de la gente. En comparación con Katayama, Yoshimoto parece ser una escritora lista para el premio Nobel. Como sea, creo que ya hemos dejado todo claro: Un grito de amor desde el centro del mundo es exactamente lo que aparenta, un coming-of-age nipón barato y sensiblero, así que si no les gusta este tipo de historias no sean como yo y lean otras cosas... Aunque siempre deben ir buscando retos y exigencias lectoras, tampoco es cosa de dormirse en los laureles y de encerrarse en la propia zona de comfort. El cine y la literatura son un gran mapa del tesoro y yo les digo: olvídense del mapa, mejor recorran el territorio a ciegas.
Un año y medio de vida bibliometrusca tiene este best-seller nipón-kawai pero no acumula muchas lecturas, lo que me resulta un alivio: tan sólo seis préstamos en 16 meses. Yo, hablando en serio, no les recomendaría esta novela. Y les recomendaría que eviten recomendar este tipo de novelas a otras personas, adolescentes o no. Madame Bovary es una mejor opción.