Menos me seduce tu inteligente manera de explicármelo todo, que tu deseo por conocer mi opinión. No es tanto que me vuelvan tierna tus caricias dominantes, son más bien tus ojos, cerrados, mirándome así, los que aquietan mi voz. No son ni tus certezas, ni tu compañía tándem distante y cercana; avasallante, imperativa y comprensiva, lo que me conquista de vos. No. Es mucho más tu risa cuando perdés. No son ni tus sorpresas, ni es tu convicción; no es la corona con la que me corres lo que me lleva a tu cama cada noche... incluso esta noche. Es, en todo caso, la inevitable elección. No era el lugar, no era el momento. No estábamos de acuerdo ni con tu pragmatismo ni con mi devoción. Eramos vos, yo y esta felicidad. Te lo digo a vos, que podrías ser el hombre ideal para cualquier mujer. Y, sin embargo, lo fuiste para mí.