Hace muchos años, viajé a estudiar a Inglaterra, gracias a una beca otorgada por el British Council. Llegué a Norwich y allí estuve con la familia Arney, compuesta por John, Janeth, Robert y Marianne. Estudié en la universidad de East Anglia. Luego, viajé a Londres a Thames Valley University.
Jorge Morales, mi amigo y quien vive en Inglaterra, viajaría a Armenia el 28 de julio de ese año. Aprovechando esa oportunidad, compré un pequeño joyero con la inscripción “Today is… the best day to be happy” para enviárselo a mi madre. Ella estaba enferma. Tenía cáncer.
Cuando le entregué el joyero a Jorge, le pedí que se lo llevara a mi madre tan pronto como llegase a Armenia. Yo estaba seguro que si él viajaba el 28, llegaría el 29, pero no fue así. El avión llegó a Miami y allí demoró. Jorge llegó a Armenia el 31 de julio. Fue a mi casa el 1 de agosto y se encontró con que mi madre ya había sido sepultada.
Escribí una postal y le pedí a nana (Marta Liliana), mi hermana menor, que por nada del mundo le diera ese joyero a nadie. Yo debería terminar mis estudios y a mi regreso, quería que mi hermana me devolviera el joyero.
Al año siguiente, en julio, regresé. Muchas personas me pidieron que les regalara el joyero que ya no tenía dueño. Sin embargo, les contesté: “Este joyero se lo entregaré a mi hija Paula Andrea cuando cumpla 18 años”. Muchos se preguntaron por qué si yo no tenía hija, por qué Paula Andrea, y por qué cuando tuviese 18 años. Jamás tuve una respuesta ya que en ese momento, tampoco tenía hija.
Solamente sé que cuando mi hija Paula Andrea cumplió 18 años, le entregué el joyero, en el cual había cosas muy de ella. Le pedí que lo guardara y lo cuidara siempre. Yo lo había guardado 21 años, 5 meses y 28 días.
Años más tarde, viajé a Nueva York como integrante de un grupo de cinco docentes de la Universidad del Quindío. Realizaríamos una pasantía en LaGuardia College.
En una de mis salidas por Manhattan, pensando en mi hija, adquirí seis muñecas griegas, con gestos diferentes. Me parecieron muy lindas por las expresiones en los rostros: Tristeza, ira, mimos, risa, burla, preocupación. Todas, muy parecidas, en sus gestos, a los que siempre hacía mi hija. Una risa adorable, un llanto inigualable, cara de mimada, enojo, preocupación.
Mi hija, Paula Andrea, tenía ya tres añitos. A mi regreso, guardé las muñecas, pero mi hija las vio y las quería sacar de la caja en la cual estaban guardadas. Pataleó, lloró, gritó para que se las entregara, y jamás lo hice. Le prometí que cuando cumpliese 18 años, se las entregaría.
Después de 14 años, 6 meses, es decir a sus 18 años, le entregué las muñecas para que las cuidara y las tuviese en un sitio de donde jamás las perdiera.
Un joyero y seis muñecas que siempre tuvieron gran importancia y significado para mí. Ojalá, mi hija haya entendido el valor de las cosas pequeñas, los detalles sencillos de la vida, las tonterías de un padre que siempre deseó que hubiese una hija en su vida. Espero que siempre conserve esos bellos regalos, así como los guardé para ella.
Manuel Gómez S