Revista Literatura

Un libro de tapas azules (4/5)

Publicado el 08 febrero 2010 por Cosechadel66

viene de aquí

Pero fue imposible. Jamás nadie había visto ese libro. Ni yo, ni la Base de Datos del Ministerio de Cultura, ni siquiera ninguno de mis amigos libreros. Nadie sabia nada. Ninguna editorial. Nada. Cero. Un día entero buscando. Un día entero para pensar en que ella volvería. Y yo la habría fallado.

Y me senté en la mesa, desesperado por no haber encontrado un maldito libro. Como un delantero centro sin goles, o un carpintero sin martillo. Desesperado golpeando un viejo libro de tapas azules…

Un libro que no recordaba haber puesto ahí. De tapas duras, azules… como el agua. Le dí la vuelta. Una sola frase en la portada: “Un libro de tapas azules”. Me dio miedo. Me dio frío, como si entrara en ese azul, fuese agua, y estuviese helada. Ridículo. En medio de una librería, con un libro en las manos sin atreverme a abrirlo. Mirando absorto una simple frase. Pesaba tan poco como un beso y tanto como un recuerdo.

Fuera cual fuera mi deseo, tendría que abrirlo.

Lo hice con cuidado, como si fuera a desaparecer, como si abriera un sueño. Ninguna editorial, ningún autor, ningún año de impresión.

Tres páginas en blanco seguidas de un escalofrío.

Porque no hacia falta leer más allá de la primera linea para reconocer el texto. Cada punto, cada palabra, cada verbo.

Lo conocía perfectamente, porque lo había escrito yo.

Me abalance como un loco hacia los papeles de encima de mi mesa. Los compare una, dos veces, treinta. No había error. Me volví a dejar caer sobre la silla, entiendo que con cara de alelado total.

Y el libro no estaba acabado. Se interrumpía justo cuando lo había hecho yo, al entrar ella por última vez en la tienda. Ella. Sonia. Descrita, acariciada, poseída por mí en un libro nunca escrito y aparecido por arte de magia. Magia. En sus ojos, en su escote, en su andar resuelto, que seguiría hasta el infierno. Ella suspirando, ella con la cabeza agachada, ella con mi sexo entre sus curvas.

Mi mano comenzaba a escribir de nuevo:

“Agua. Agua en tus labios. Tus ojos de Sonia enfrente de los míos. Agua el aire que surge de tu piel de un leve roce. Agua de torrente tus dedos sobre la tela que cubre mi sexo. Agua tus manos en su búsqueda. Agua que se agacha y me rodea…”

Y así horas de frases, de páginas frenéticamente rellenadas.

Amanecí recostado sobre el escritorio, con decenas de hojas escritas y esparcidas sobre él. No me moleste en reunirlas. Sabía que todo estaba allí. Entre dos tapas duras de color azul.

Cerré la tienda y al llegar a casa me deje asesinar un poco sobre la cama. Al mediodía no me levante yo, sino un crío de veinte años que tiene una cita. Me duché, me tire media hora eligiendo una ropa que no pareciera que hubiera elegido, y repase mentalmente cientos de conversaciones posibles con ella, sabiendo perfectamente que ninguna podría encajar en aquella situación: Hola, que tal, he escrito un libro en el que hago el amor contigo una y otra vez, pero eso tu ya deberías saberlo, a pesar de que nunca nos habíamos visto antes…

Llegué a la tienda un poco antes de las cinco. Y un poco antes de las seis no había aparecido. Ni un poco antes de las siete. Limpie y ordene cada rincón de la tienda, y cada libro desordenado cayó vencido en su estante. Casi maltrate a dos o tres clientes que aparecieron por alli. A las ocho las paredes hubieran sido bajas para subirme por ellas. Llegando las nueve menos diez mi cuerpo se preparaba para levantarse y cerrar, y lo tenía que hacer sólo, porque mi cerebro y mi alma no estaban ya por allí.

Pero a las nueve menos un minuto se abrió la puerta.

Lo primero que entraron fueron sus sonrisas, y arrastraban a sus ojos y a sus labios, de un rojo que no parecía necesitar otra cosa para ser perfecto que el roce de mi boca…

(Continuara…)


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