Un liqui-liqui en la galia / fin de semana de otoño

Publicado el 05 octubre 2009 por El Cuentador
“Otoño manso, yo me poseo y me inclino ante tus aguas

para beber el cielo, suave fuga de árboles y abismos”.

Salvatore Quasimodo
Bueno, estamos oficialmente en otoño aquí en Francia. Para empezar, ya sería un error salir a la calle sin abrigarse, especialmente en las mañanas; es como si cada día intentara ser un poco más fresco que el anterior.
La luz matutina también avisa la nueva estación. Me pregunto si esta mirada mía, forjada en días de trópico que duran más o menos lo mismo a lo largo de todo el año, querrá acostumbrarse a que pasado un verano en el que el sol, luego de literalmente madrugar para después ocultarse a eso de las 10:00 de la noche, ahora se asome sólo después de las 7:30 a.m. Astro rey indeciso. Eso sí, los atardeceres –si hay suerte y el cielo está despejado– son fenomenales y me recuerdan una que otra vez los ocasos caraqueños decembrinos.
Me encanta ver las mujeres en ropa de la temporada y pienso en algunas amigas, todas tropicales ellas, que de llegar a aceptar la temperatura de estos días, sabrían bien vestir el relámpago latino con chales, sombreros, abrigos ligeros, bufandas y guantes, y caminarlo sin complejos por vías que tanta historia contienen. Estoy seguro de que sus gestos y expresiones prosperarían en este tránsito de hojas sueltas, tonalidades dubitativas e ideas pomposas y contradictorias, y que la herencia de misterios celtas y galos enrojecería ante sus delicias y travesuras.
Cierto sosiego en el ritmo revela igualmente al otoño parisino; ya después que Septiembre se ha encargado de restablecer la rutina desaparecida en el verano, la gente y la ciudad parecieran andar más serenas. Admito que el que ya no haya tanto visitante tendrá también que ver, pero de todas formas es como si Octubre y sus brisas templadas y lluviosas propusieran un “modo más contemplativo”. Acepto la propuesta y salgo a mirar espacios y gente.
La noche del sábado 3 de Octubre fue la “Noche Blanca”, una excusa para trasnochar con arte contemporáneo y entré por primera vez en la Gran Mezquita de París a ver una instalación visual, sonora y olfativa, manifestación –que estoy seguro no llegué a comprender del todo– de los delirios de algún artista que quiere –cosa común– ser original. Bueno, también es arte y aunque todavía me pregunto si valió la pena aguardar 50 minutos para ingresar, me gustó ver una suerte de rayo láser salir del minarete para rebotar en un espejo colocado en uno de los patios internos. Otros intentos de observar planteamientos plásticos noctámbulos se frustran ante las voluminosas filas de espera para entrar en los recintos que los resguardan, y la posibilidad de trasnocharme viendo arte extraño se resigna a caminar bajo la luna. La medianoche me recibe en casa; duermo completo y el domingo reinicio el paseo.
¡Ah! maravillosas frutas y botas sorprendentes, algunas de ellas por encima de las rodillas –llamadas “cuissardes”, que están a la moda y que suelen integrar más de una fantasía sexual– son parte de las calles de otoño. Los colores también están cambiando; el verde ya no es tan brillante, y los amarillos, ocres, naranjas, marrones y vino tintos se asoman, especialmente en el reino vegetal citadino. Hay balcones que son un espectáculo.
La condición de inmigrante te regala ciertos privilegios vedados para el turista común; entre ellos, aprovechar ese andar de fin de semana sin prisa para meterte en cuanto vericueto se te atraviesa y detenerte a contemplar detalles arriba y abajo. Te cruzas así con un grafiti tridimensional en forma de máscara, haces picnic en el jardín del Museo Nacional de la Edad Media y te preguntas si sus techos fueron inspiración para la casa de la familia Monster, te tropiezas –y pasas como una hora allí– con la deliciosa librería “Shakespeare & Co” igualita a las librerías misteriosas de películas y donde puedes curucutear libros en inglés sin que nadie te mortifique, o eres incluso capaz de apreciar la combinación de hojas caídas y tickets de metro en el agua de una fuente.
En esta mi estación favorita, se me ocurre que civilizaciones tan reflexivas y a veces más complicadas de lo necesario podrían –quizás a fuerza de intentar sistemáticamente profundidad y cuestionamiento– correr el riesgo de dejar a un lado el poder y la magia de lo sencillo. A veces la cavilación puede alejarnos del disfrute.
Hay quienes creen que el invierno europeo es la época que más contrasta con el día a día de Latinoamérica; al menos esa que el Mar Caribe baña. Yo sostengo que no, que esa diferencia se aprecia mejor en otoño. Será porque en invierno hace tanto frío, que ni siquiera puede uno pensar en semejantes pendejadas.

Las fotografías que ilustran este artículo fueron tomadas por mí; en orden descendente, corresponden a:

  1. Detalle del agua de una fuente en Chatelet.
  2. Detalle del techo del Museo Nacional de la Edad Media.
  3. Instalación de arte contemporáneo en la Gran Mezquita de París.
  4. Balcón en el boulevard de Saint-Germain.
  5. Grafiti (o “intervención”) con forma de máscara en una pared en la zona de Saint Michel.

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