para beber el cielo, suave fuga de árboles y abismos”.
Salvatore QuasimodoBueno, estamos oficialmente en otoño aquí en Francia. Para empezar, ya sería un error salir a la calle sin abrigarse, especialmente en las mañanas; es como si cada día intentara ser un poco más
La luz matutina también avisa la nueva estación. Me pregunto si esta mirada mía, forjada en días de trópico que duran más o menos lo mismo a lo largo de todo el año, querrá acostumbrarse a que pasado un verano en el que el sol, luego de literalmente madrugar para después ocultarse a eso de las 10:00 de la noche, ahora se asome sólo después de las 7:30 a.m. Astro rey indeciso. Eso sí, los atardeceres –si hay suerte y el cielo está despejado– son fenomenales y me recuerdan una que otra vez los ocasos caraqueños decembrinos.
Me encanta ver las mujeres en ropa de la temporada y pienso en algunas amigas, todas tropicales ellas, que de llegar a aceptar la temperatura de estos días, sabrían bien vestir el relámpago latino con chales, sombreros, abrigos ligeros, bufandas y guantes, y caminarlo sin complejos por vías que tanta historia contienen. Estoy seguro de que sus gestos y expresiones prosp
Cierto sosiego en el ritmo revela igualmente al otoño parisino; ya después que Septiembre se ha encargado de restablecer la rutina desaparecida en el verano, la gente y la ciudad parecieran andar más serenas. Admito que el que ya no haya tanto visitante tendrá también que ver, pero de todas formas es como si Octubre y sus brisas templadas y lluviosas propusieran un “modo más contemplativo”. Acepto la propuesta y salgo a mirar espacios y gente.
La noche del sábado 3 de Octubre fue la “Noche Blanca”, una excusa para trasnochar con arte contemporáneo y entré por primera vez en la Gran Mezquita de París a ver una instalación visual, sonora y olfativa,
¡Ah! maravillosas frutas y botas sorprendentes, algunas de ellas por encima de las rodillas –llamadas “cuissardes”, que están a la moda y que suelen integrar más de una fantasía sexual– son parte de las calles de otoño. Los colores también están cambiando; el verde ya
La condición de inmigrante te regala ciertos privilegios vedados para el turista común; entre ellos, aprovechar ese andar de fin de semana sin prisa para meterte en cuanto vericueto se te atraviesa y detenerte a contemplar detalles arriba y abajo. Te cruzas así con un grafiti tridimensional en forma de máscara, haces picnic en el jardín del Museo Nacional de la Edad Media y te preguntas si sus techos fueron inspiración para la casa
En esta mi estación favorita, se me ocurre que civilizaciones tan reflexivas y a veces más complicadas de lo necesario podrían –quizás a fuerza de intentar sistemáticamente profundidad y cuestionamiento– correr el riesgo de dejar a un lado el poder y la magia de lo sencillo. A veces la cavilación puede alejarnos del disfrute.
Hay quienes creen que el invierno europeo es la época que más contrasta con el día a día de Latinoamérica; al menos esa que el Mar Caribe baña. Yo sostengo que no, que esa diferencia se aprecia mejor en otoño. Será porque en invierno hace tanto frío, que ni siquiera puede uno pensar en semejantes pendejadas.
Las fotografías que ilustran este artículo fueron tomadas por mí; en orden descendente, corresponden a:
- Detalle del agua de una fuente en Chatelet.
- Detalle del techo del Museo Nacional de la Edad Media.
- Instalación de arte contemporáneo en la Gran Mezquita de París.
- Balcón en el boulevard de Saint-Germain.
- Grafiti (o “intervención”) con forma de máscara en una pared en la zona de Saint Michel.
¿Te gustó este artículo? Entonces tal vez también te guste:
LA NOCHE BLANCA
UN PASEO POR LA DRÔME
PEQUEÑAS HISTORIAS DE MERCADO