Un liqui-liqui en la galia / la fiesta del viento

Publicado el 02 julio 2010 por El Cuentador

 “Es el viento que te habla y acaricia tu corazón”. Extracto de la canción “Es el viento” escrita por Manuel Alejandro.  
Me cuenta mi madre que cuando yo era niño, me encantaban los molinetes de papel que clavados en una suerte de varita, dan vueltas con el viento. Según ella, yo podía quedarme largo rato observando aquellos artilugios de múltiples matices girar accionados por la brisa. Todavía hoy me fascinan.
Este fin de semana pasado tuve la suerte de asistir a un simpático evento que me hizo recordar aquellos molinos: una pueblerina celebración cuyo tema central era el viento. El festival se llevó a cabo en una pequeña población del departamento de La Drôme, cerca del lugar donde actualmente realizo mis pasantías, en el sur de Francia. La ocasión fue una bonita excusa para que los habitantes de este departamento de vocación agrícola se rencontrasen y compartiesen una soleada tarde entre cometas, artefactos de helio propulsión, aeromodelismo, móviles y “bautizos del aire” en parapente, así como cuentacuentos, representaciones teatrales y manifestaciones artísticas diversas, todas relacionadas de una u otra forma con el viento.
Creo que el viento puede ser gran compañero de juegos de niños y adultos. Ya nombré los molinetes, pero también los aviones de papel o las capas cobran otra dimensión cuando hay corrientes de aire. Las cometas hipnotizan a los chiquillos de cualquier cultura, y sus variantes adultas de parapente, ala delta, paracaídas y similares son evidencia de que el sortilegio sigue vigente.
El viento ha sido central en la historia del hombre; antes de la invención de la máquina de vapor, el principal elemento de propulsión en el mar se basaba en la fuerza del viento, y todavía hoy dicen muchos que quien no sabe navegar con velas, simplemente no saber navegar. Las carabelas y otras embarcaciones funcionaban con un complejo sistema de velas que implicaba conocer algo de los caprichos del viento, para aprovecharlo en la medida de lo posible.
Tal vez por esos caprichos es que el viento también tiene papel preponderante en la mitología. Según cierta leyenda, el nombre de Adán (ADAM) está hecho de las iniciales del nombre griego de los cuatro vientos: Anatole, Dysis, Arctos y Mesembria. En la antigua Grecia, los Anemoi eran dioses del viento y se relacionaban con los cuatro puntos cardinales. Un mito muy famoso es el del Odre de los Vientos, que Eolo le dio a Ulises para ayudarlo a regresar a Ítaca. En el odre estaban encerrados todos los vientos y Eolo había advertido a Ulises que había que ser muy cuidadoso con él; sin embargo la tripulación, pensando que lo que había en el odre era vino, aprovechó que Ulises dormía para abrirlo. Así, a la manera de una caja de Pandora, se dispersaron los vientos hasta entonces confinados y desataron una gran tempestad.
Odín, el gran dios de la mitología nórdica está directamente asociado al viento. La raíz “Od” aparentemente significa espíritu, movimiento, aire. En la mitología de mayas y aztecas, el viento se relaciona con el mismísimo Quetzalcóatl. Hay un dios llamado Ehécatl, que es una de las manifestaciones de Quetzalcóatl cuando aparece en forma de viento y que está presente en el aliento de los seres vivos, así como en el aire que acarrea las lluvias para las cosechas. Como curiosa coincidencia, recordemos que Quetzalcóatl es el Dios Serpiente Emplumada; pues bien, en francés el nombre de las cometas es cerf-volant, que quiere decir “ciervo volador”, pero es una deformación por afinidad sonora, porque el nombre proviene del occitano sèrp-volant, que suena muy parecido, pero que lo que quiere decir es “serpiente voladora”. Para finalizar con el recorrido mitológico, mencionaré a otro dios maya relacionado con el viento, la tormenta y el fuego, llamado… ¡Huracán! (ahora ya saben de dónde viene la denominación)
En la mitología japonesa, el dios del viento se llama Fujin y es uno de los más antiguos; el tipo estuvo presente en el momento de la creación y cuando abrió su bolsa y dejó salir los vientos (¿Y no sería otro odre? Porque son varios los dioses aficionados a las bebidas espirituosas) por primera vez, se disipó la niebla matinal, se llenaron las puertas entre el Cielo y la Tierra, y el Sol dio exhibió su brillo inaugural. Asumo que de ahí viene el nombre de Fujimaru del Viento, protagonista del dibujo animado de televisión “El Pequeño Samurái” (una de las pocas series japonesas que me gustaron durante mi infancia), que dominaba una técnica ninja con la lograba movilizar una cantidad insólita de hojas.
Puede que los festivales en honor al viento sean también remembranzas de aquel sitial de deidad que los humanos le otorgamos alguna vez. Estos festivales se realizan en muchas partes, pero hay uno muy famoso en Marsella que se lleva a cabo en el mes de Septiembre y que es todo un espectáculo, pues en él participan cometas venidas de todas partes del mundo. Por cierto, la cometa es uno de los objetos que más variedad de nombres tiene en castellano y le conozco alrededor de 10 diferentes denominaciones; una que no me gustaba demasiado era la de “papalote”, utilizada en México y en algunas regiones del Caribe, hasta que me enteré que provenía del náhuatl papálotl, que significa “mariposa”.
Volviendo al mucho más modesto festival al que tuve la ocasión de asistir, la pasé de lo mejor; entre otras cosas pude entablar conversación con una interesante matrona y cuenta cuentos que bajo una colorida tienda relataba historias relacionadas con el viento, provenientes del Irán de sus ancestros. Al finalizar me quedé un rato conversando con ella y tal vez porque ese día el viento estaba a mi favor, me contó después una historia adicional a mí solo. Tal vez lo que más me llamó la atención del festival fue una estructura con cintas de colores, bautizada como el Jardín de los Vientos, que me hizo recordar la utilizada en la fiesta tradicional venezolana del Sebucán, así como la sorprendente y arriesgada danza de los voladores en México.
Uno de los libros más interesantes que he leído en los últimos tiempos se titula “El Nombre del Viento”, escrito por Patrick Rothfuss (si le gustan los libros de fantasía y magos, pero desea  algo distinto a las repetidas historias de elfos y enanos, por favor lea éste). El escritor retoma el ya clásico, aunque siempre fascinante planteamiento en el que conocer el verdadero nombre de las cosas te da poder sobre ellas; uno de los anhelos del mago protagonista de la historia es precisamente conocer el nombre del viento.
En el sur austral de América se dice que fue el Padre-Viento quien creó la música. He allí una razón adicional para estarle agradecido y si yo conociera su nombre, se lo diría personalmente. Esta mañana, al salir de mi habitación, una fresca brisa de dulce sonido me dijo que no hacía falta.
Tres de las cinco fotos que adornan este artículo fueron tomadas por mí en el referido festival del viento; las otras dos son imágenes que obtuve en Internet. Estas dos últimas son, en orden descendente: la primera, que corresponde a los molinetes de viento que refiero en el primer párrafo; y la tercera, que corresponde a una de las representaciones de Quetzalcóatl-Ehécatl.

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