Un lugar en el mundo

Publicado el 24 agosto 2010 por Filosaletra
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Si una ciudad me entra por el ojo, permanece en mi memoria. Es un efecto instantáneo que tiene un momento preciso y es definitivo. He visitado lugares que a la mayoría de las personas les parecen increíbles y a mi me han dejado indiferente. He estado en otros de los que casi nadie habla y a mi me han hechizado. Y seguramente coincido con muchísimas personas acerca de la impresión que causan algunas otras ciudades.
El "gancho" de un pueblo, una ciudad o un paisaje es aquello que me impacta en la primera mirada. Caminando por sus calles empiezo a percibir los olores y los sonidos que la caracterizan, el despliegue de sus colores, la revelación expresiva de sus moradores. Me detengo en una cafetería y mientras degusto un café o me refresco con una cerveza, me transformo en una esponja que absorbe la vida que late alrededor.
Madrid me entró por el ojo como ninguna otra ciudad que haya conocido. En mi primera visita, hace ya muchos años, un domingo a principios de septiembre, muy temprano en la mañana, salí a caminar desde el hotel ubicado en Gran Vía, sin idea de hacia dónde iba. La calle me llevó hasta la que considero la esquina más hermosa de Madrid, donde confluyen el imponente Palacio de Comunicaciones, el histórico Palacio de Linares y la bellísima fuente de Cibeles. Quedé tan impresionada que no sé cuánto tiempo permanecí apoyada en la pared del edificio del Banco de España contemplando ese triángulo formidable. Exactamente diez años después, y otra vez en septiembre, regresé a Madrid, donde viví durante dos años; entonces fue cuando realmente la conocí, socialicé con su gente, recorrí casi todas las demás regiones de España, aprendí sus tradiciones, hice un tramo del Camino de Santiago y terminé adoptando a ese país como "mi otro lugar en el mundo".
Cuando viajo al Viejo Mundo, Madrid es, de hecho, mi punto de partida hacia cualquier otro destino en Europa.

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