Aquella mañana de lunes había estado pensando en ella. Lo había hecho ya antes, en diversas ocasiones, cuando la nostalgia se apoderaba de su mente, de costumbre tan ocupada. El día se asomaba enrojecido en el calendario y aun así sombrío, pues esto ya se lo habían dejado claro las presentidas ausencias a su inminente firma de libros.
La oscuridad de otras fechas había hecho mella en la juntaletras y así se lo había confesado repetidas veces a su marido, que hacía las veces de todo: ¿y si no acude nadie? ¿Y si me veo sola? ¿Qué le dirán a la editorial? ¿Confiarán de nuevo en mí? Apenas cuarenta y ocho horas antes había sido arengada a la inversa, y aún latía la herida de la inseguridad, siempre propensa a reaperturas. Un “tú a lo tuyo” y otro “no pasa nada” la autoanimaron a asistir a la Feria de la Cultura contra viento y marea, tan presentes -literal y metafóricamente- en su humilde carrera.
Una vez en el estand, ella, tan pensada, tan recordada, tan añorada, se presentó a comprar el libro que le faltaba de su otrora amiga. Fue la primera, e hizo su bien sin foto, apenas saludando y retirándose con discreción. No llegó a saber lo importante que fue. Otras caras bonitas la sucedieron; otros rostros amigos, ¡incluso alguno desconocido! La tarde se tiñó de ilusión y olvido, recuperando nuestra plumilla esa sonrisa que -aun teniendo la osadía de escribir- nadie, nunca, debería perder.
Y pasó que ella se bebió el libro de dos sorbos, y que le gustó, y aún sugirió una continuación a su autora… Por supuesto que habrá segunda parte -le quiso contestar esta, olvidando escrituras-, y será buena para contrariar refranes y sentencias, porque personas como tú no se pueden perder, y yo la memoria la utilizo a mi antojo. Hasta la pierdo. ¿Cuándo quedamos?
P.S.: Basado en maravillosos hechos reales.
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