Revista Diario
A veces lloro tu pérdida sin haberte perdido todavía. No imagino una vida sin ti. No soporto la idea de llegar a casa y que tú no estés ahí para recibirme. No quiero entrar en la cocina y sentir tu ausencia, tampoco quiero cocinar de más para saciar un estómago que ya no está. No tengo fuerzas para tumbarme en el sofá y no tenerte a mi lado rogándome caricias y besos. No puedo meter todas tus cosas en una caja de cartón y guardarla en la oscuridad del sótano. No quiero olvidar tu recuerdo.Eres el único que no me juzga, que no me reprocha, que no me hace llorar, que no espera nada mí. Eres el único que me da sin recibir, que me hace sonreír, que me cura las heridas y que me adora sinfín. Nunca tienes un gesto feo ni das una palabra de más. Eres un ser especial, que olvida mis riñas y mi malhumor, que no le importa que le grite mientras no me aleje de su lado. Y sí, lo reconozco, no creo que encuentre a otro igual que tú. No existe. Tú me has conquistado en estos siete años de convivencia. Te he visto dar tus primeros pasos, he vivido contigo tus primeros empachos, tu primera vez, y tu paso de la adolescencia a la madurez en tan solo tres años. No hay quien te sustituya. Y es por ello que tengo miedo, quizás hayas llegado a la mitad de tu vida, quién sabe si vivirás un par de años más o un par de años menos, sólo sé que aún no has vivido mucho y ya te queda poco. Por eso quiero entregarte todo mi amor, que disfrutes de tu corta vida rodeado de mimos, juegos y largos paseos por el campo. Eres un miembro más de la familia al que cuidar, amar y respetar. Eres mi perro fiel.