Revista Talentos

Un monje en las bocas del ródano

Publicado el 16 mayo 2010 por Sergiodelmolino

Como todo el mundo sabe, los nombres de los departamentos franceses se deben al accidente geográfico más característico de la zona. Fue un empeño napoleónico, una forma de eliminar del mapa los nombres de los viejos condados, reinos y países anteriores a la Revolución. Era una obsesión positivista y un intento de eliminar por decreto el pasado feudal, el Ancien Régime.

Como si los accidentes geográficos no debieran su nombre a las personas, como si su denominación fuera inocente, aséptica, como si sus nombres no tuvieran ideología.

Conscientemente o no, los fríos administradores revolucionarios se permitieron licencias poéticas en el diseño de la nueva Francia. Por ejemplo, en el departamento de las Bocas del Ródano.

Como sucede en casi todos, los nombres departamentales se han quedado para uso puramente administrativo, pues la gente ha seguido llamando a sus regiones con sus nombres tradicionales. Las Bocas del Ródano eran y son la Camarga, el delta del río Ródano: una extensión de humedales y llanuras ventosas por las que corren los mejores caballos del país. Sin embargo, la potencia poética del nombre de las Bocas del Ródano sedujo hasta a los más impenitentes guardianes de las esencias más antiguas de la Provenza, hasta a los más antijacobinos. Hasta el propio Fredéric Mistral, el bardo provenzal.

UN MONJE EN LAS BOCAS DEL RÓDANO

Uno de sus poemas se titula precisamente El poema del Ródano, y fue escrito a sus orillas.

Mistral ganó el Nobel de Literatura en 1906, ex aequo con el español José Echegaray.

Echegaray es un escritor muerto, en el único sentido en el que puede morir un escritor: sus obras ni siquiera figuran en la lista de lecturas obligatorias de bachillerato. Nadie lo lee, nadie lo reivindica. Solo se le recuerda por las mofas que de él hizo Valle-Inclán.

Mistral está un poco menos muerto que Echegaray. Su cadáver literario está menos podrido, aún hay quien lo saca en procesión y lo usa como reliquia, sus poemas se leen en los planes de estudio de bachillerato, especialmente en los departamentos de la Provenza, y todavía se inauguran colegios y centros culturales que llevan su nombre.

No se le lee, pero se le recuerda y se le evoca con simpatía y ternura, y por toda la Provenza y buena parte del Languedoc, los edificios públicos tienen adheridas placas con versos suyos en occitano.

UN MONJE EN LAS BOCAS DEL RÓDANO

Placa con un texto de Mistral en Marsella.

Fredéric Mistral se gastó el dinero del Nobel en comprar un inmueble en Arles y en acondicionarlo para crear en él el Musée Arlatan (en buen francés, el gentilicio de Arles es arlessien, pero él invocó el gentilicio en occitano provenzal, que es el que mayoritariamente se usa hoy), considerado uno de los mejores museos etnográficos del mundo, un compendio-mausoleo de una cultura y una forma de vida tradicional, la de la vieja Provenza, irremediablemente perdidas a comienzos del siglo XX.

Mistral pasó sus últimos años en las Bocas del Ródano, hablando con los pescadores del delta, anotando sus expresiones y su léxico, empeñado en dar testimonio meticuloso de una lengua que moría con ellos. Para entonces, era dolorosamente consciente de que todos sus esfuerzos habían sido en vano, que el occitano jamás volvería a ocupar un espacio significativo en la esfera pública, que en el transcurso de una o dos generaciones se convertiría en la lengua muerta que ya es hoy, hablada por cuatro viejos que ni siquiera la usan como idioma vehicular.

Lo normal cuando se visita Arles es pensar en Van Gogh y en su cuadro del café de la noche. Yo pensaba en Mistral.

Por placer sentimental, me interesan mucho los fósiles romances que perduran en Europa, me gusta ver cómo algunas lenguas han resucitado después de una larga agonía y otras se han visto rematadas por el vapor, la electricidad y la televisión, que consiguieron lo que no lograron los edictos reales ni las furias jacobinas.

Una lengua que supo resurgir de sus cenizas fue el catalán. Una lengua que murió fue el occitano. Y sus historias son parejas.

UN MONJE EN LAS BOCAS DEL RÓDANO

Pablo y yo en Marsella, junto a un paisaje cantado por Mistral.

A finales del siglo XIX, por las mismas fechas en que surgía en Cataluña el movimiento literario-cultural de la Reinaxença, directamente responsable de la resurrección del catalán como lengua culta, pública y urbana (que culminó décadas después, en 1932, con la aprobación de unas normas ortográficas comunes para todos los catalanoescribientes, las todavía vigentes Normas de Castellón), Fredéric Mistral inaugurba en la Provenza el felibridge, un movimiento muy parecido al de la Reinaxença que pretendía devolver al occitano, especialmente en su variante oriental de provenzal, el esplendor robado.

El provenzal, la lengua literaria de la Europa medieval, la que cantaban los trovadores y con la que aprendió Petrarca a rimar para enamorar a su Laura, había sido prohibido por decreto real francés en el siglo XVI, y desde entonces había ido quedando relegado al campo, a los agricultores incultos, a las masas sin escolarizar en francés. Hablar provenzal era indicativo de ser pobre, iletrado y reaccionario.

¿Por qué fracasaron, mientras que sus equivalentes catalanes lograron su objetivo?

UN MONJE EN LAS BOCAS DEL RÓDANO

Aix-en-Provence, capital histórica de la Provenza.

Por muchas causas, no todas ellas claras. Para empezar, el catalán estaba en una situación mucho menos calamitosa que el provenzal y tenía una burguesía poderosa que simpatizaba con su causa. Además, el Estado español era más débil que el francés, y sus reacciones -muy a menudo, extremadamente violentas- encontraban una resistencia eficaz. En cambio, nada se oponía en la Provenza al triunfo del jacobinismo francés, que no admitía fisuras ni excepciones.

Pero, sobre todo, el fracaso de Mistral and friends se debe a que no supieron desactivar la instrumentalización política que la reacción hizo de ellos.

En Francia, una forma de manifestar el odio a la República y, por extensión, a la democracia, es manifestar el odio a la nación. Desde 1789, bandera tricolor y democracia van unidas indisolublemente. Los realistas, monárquicos y reaccionarios se acogen a la vieja flor de lis borbónica y evocan una Francia plural y multilingüe, en oposición a la Francia monolingüe de la República.

Es decir, que los monárquicos y los ultrarreaccionarios aprovecharon el movimiento de Mistral para darle un paraguas cultural a su sueño de una Francia sin república y sin democracia, al retorno de un rey con la cabeza sobre los hombros. Aprovecharon los estudios culturales y literarios del poeta provenzal para inventarse una Francia idílica muy parecida a la España que pintaban los carlistas: una Francia tradicional, arcaica, donde el francés no fuera impuesto por decreto y el campo triunfara sobre la ciudad.

Quisieron que Mistral se presentara como candidato monárquico, pero lo rechazó, y ese rechazo fue el principio de su fin. Salvó al provenzal de ser utilizado por la carcundia reaccionaria, pero lo dejó herido de muerte, en un callejón sin salida, dinamitando su única posibilidad de expresión política.

Así que se recluyó en Arles como un monje, en las Bocas del Ródano, encarnando en sus últimos años la agonía silenciosa de la lengua que amó y que intentó resucitar.

Cuando, pasado el mayo del 68, unos jóvenes cabreados con París y todo lo que significaba el Estado francés volvieron sus ojos al occitano para estudiarlo y reivindicarlo desde la orilla política opuesta, con renovados bríos urbanos, sin flores de lis ni caciquismos de baja estofa, ya era demasiado tarde. El occitano era entonces irrecuperable, no había marcha atrás.

Hay otros fósiles romances en Europa, pero ninguno tan triste como este.


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