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Un No en la frente

Publicado el 01 octubre 2011 por Alexpeig
Un No en la frente
Viernes, ya está aquí la noche famosa. Recuerdo que cuando estudiaba bachillerato me resultaba muy irritante oir a la chavalada gritar aquello de "¡por fin es viernes!, ¡por fin es viernes!". A mí - cuando se lo hacía saber a alguno de los pocos compañeros de confianza - me acusaban de rebelde sin causa. "¿Por qué lo haces?. Venga, no seas así. Tú con tal de llevarle la contraria a todo el mundo...". Y yo, en realidad, lo que quería era romper ese esquema y empezar la vida en lunes sin compartimentar el tiempo de esa manera, evitar la asfixia resultante de convertir la mañana, la tarde y la cena en un desperdicio para poder esperar con ilusión las bacanales del día cuarto. Esperar que cierre el hueco de la insatisfacción y el tedio de la vida. "La gente necesita divertirse", replicaban. Y continúan haciéndolo. Y yo lo sé y lo entiendo, pero las necesidades tampoco se rigen por absolutos. Así que les mostré el dedo medio y avancé en esta dirección. Aquí. Reposo envuelto de libros, la luz de una vela me encandila con su serenidad pocos minutos antes de ir a dormir, sospecho arcanos, las estrellas me cantan, los amigos me perciben, el dolor cada vez más relativo y dependiente de mis caprichos. No fumo ni bebo porque tenía a mi disposición la alternativa, El Espacio entero, y en mi entorno no había nadie digno del sacrificio de tener que beber y acostarme a altas horas de la noche. En el fondo, nunca he sido tan radical. No tuve los amigos pertinentes para poder hacer ciertas cosas. Hice allí donde sí encontré buena compañía. Me convertí - por una vocación hija de estos azares del destino - en adalid de la vida sana y de la tranquila contemplación. Ahora recuerdo lo que escuché en un noticiario durante el pasado verano, a cuento de la gran quedada de jóvenes católicos en Madrid. El reportero de televisión decía que después de los festejos y el recorrido del papamóvil las calles y plazas habían quedado la mar de limpias, ni rastro de botellones, colillas, gomas anticonceptivas y demás suciedades que suelen dejar los jóvenes que van de fiesta. Y, decía el reportero, era una demostración de que las juventudes católicas son un gran ejemplo para la sociedad. Y yo, que leo la Biblia y disfruto de los ambientes de un templo católico, que siempre me he sentido solo por ser abstemio y por reivindicar la espiritualidad cristiana, y que he despreciado a las juventudes católicas porque me parece que son corderos hipócritas, me dije si no estaría yo equivocado y si mi ambiente natural estaba allí, junto a esa masa que agita banderitas y nunca ha sentido repelús por llevar un crucifijo colgado del cuello. Poco me duró la duda, y quería con esto ejemplificar una distinción que nunca hay que perder de vista: los que no fuman, ni beben y rezan a Dios por una imposición externa o fidelidad a la tradición familiar, por necesidad de pertenecer a un grupo o porque quieren aparentar precisamente para recibir elogios televisados, sin haber adoptado una actitud de estudio y reflexión ante las escrituras sagradas que veneran, y aquellos que lo hacen porque han tomado conciencia de los ambientes y estilos de conducta que corresponden a sus características físicas y psicológicas, para quienes Dios no es una creencia ni tampoco una necesidad sino un estado de comprensión y realización personal, además de los azares de la vida que apunté antes. Nadie, sea como sea, está libre de prejuicios. Quizás la juventud católica sea un paradigma de virtud mientras entre nosotros el pensamiento es unánime, ya sea usted nihilista, moderno o posmoderno: les llamamos hipócritas, o acertamos a intuir que son víctimas del autoengaño. Me detengo en este punto. Siento ganas de disertar sobre la idolatría y el imaginario. Pero me ha entrado pereza y debo retirarme a descansar. Sigan leyéndome durante las próximas jornadas. Y, por favor, no se pasen con las cervezas, y quemen los bares. Malditos viernes.

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