Esta es la continuación de “Depresiones Interminables”.
Acabo de despertar, pensé que no iba a dormir bien, pues últimamente las pesadillas me acosan casi a diario. Ya me he acostumbrado a ellas, las opciones son pocas: o muero entre mis sueños o sobreviviré entre ellos.
La pesadilla de ayer no fue nada del otro mundo, fue muy típico: “Corría sin rumbo fijo, como si alguien me persiguiera, luego llego a la orilla de un abismo y sin dudarlo me deje caer en él” Mi cuerpo no descendió ni tres metros cuando ya había despertado, lo cual me enojó demasiado, quería ver como se sentiría morir, es que eso fue lo que lo diferenció a los demás sueños: El Realismo. Se sentía tan real, estaba totalmente transportada en ese sueño, sentía el viento, el sudor y la adrenalina al correr, y lo más genial la sensación que la gravedad te da al caer.
Yo quería más de ese sueño, pero eso no estaba en mis manos, igual que mi vida sea tan maldita y desdichada.
Si lo sé, estas Depresiones me están volviendo un tanto loca y macabra, todo lo mío ahora está lleno de ese toque sombrío que me regaló la soledad.
Me levanto de mi cama, para comenzar de nuevo mi monotonía: me miro en el espejo para ver la triste realidad que se refleja en él, me decepciono de la misma y me hago de nuevo la promesa de “cambiar” a pesar de que sé que no la cumpliré.
Voy al baño y en el camino me tropiezo con todo y mis pasos son lentos y muertos… muerte, que palabra tan común en mi día a día.
Me desvisto, con pasión y locura, poco a poco me quito este disfraz en el que me oculto. Este es el único cuarto en donde me siento segura, pues todos respetan tu intimidad y privacidad; aquí puedo ser yo, aunque “ser” no es un término aplicable en mí. Aquí lo que menos hago es preocuparme de mi higiene, no me importa nada de mí, lo único que hago llorar, pero con cierta felicidad, por la libertad que consigo en este lugar tan cerrado.
Salgo de él, casi corriendo, y voy hacia mi cuarto. Entro en él e inmediatamente cierro la puerta, ya vuelvo a la zona de guerra, y mi desnudez tapada con una simple toalla me hace sentir más desarmada y débil.
Me visto con una rapidez implacable y no sé por qué, si después no tendré más nada que hacer, hasta un nuevo aviso.
Salgo de mi cuarto, me saludan con un vulgar regaño, yo ni les presto atención, ni los miro ni si quiera, me dan de la manera más despreciable un plato, con un supuesto desayuno que no comeré, al rato lo devuelvo con la excusa de que “tengo fatiga”.
Vuelvo al cuarto y me encierro, mi hermana me llama autista, extraña, freak, emo, entre otros insultos que a ella le provoque decirme en su tono de burla, me enojo por ello, odio que me critiquen, ¿qué le interesa a ella mis encierros? yo soy feliz en mi encierro, en mi soledad, en ellos puede vivir más tranquilamente.
Todo lo mismo, una rutina, uso mi computadora para hablar con algunas personas que me ignoran, pero no tengo entretenimiento alguno. Me quedo cavilando y llorando, hasta que consiga que hacer, hasta el anochecer donde me esperan las pesadillas.
La continuación de este es “El Mundo En Mi Contra”.