En la actualidad las redes sociales ocupan un lugar importante en nuestras vidas, aunque existan muchos detractores y digan que son la enfermedad del siglo XXI.
¿Quién no ha hecho uso de ellas para enterarse de que un amigo, pariente o conocido falleció, está enfermo o simplemente está de viaje? Las noticias, inclusive las vedadas por algunos gobiernos se pueden encontrar gracias a las redes sociales. Y no hablemos de los correos electrónicos, indispensables hoy en día no solo para enviar cartas sino para recibir contratos, firmar acuerdos, enviar informes, un instrumento que nos ha facilitado la vida y que excepto muy pocos en el mundo civilizado jamás han usado. Y no hablemos del multifuncional Whatsapp que nos evita las enormes facturas telefónicas al comunicarnos con personas de otros países, además de otras aplicaciones similares.
Y lo que me ocurrió hace poco con Facebook, que utilizo para comunicarme con mis lectores y amigos en línea, también para promover mis libros y acercarme a otros escritores. Un día abro Facebook y me sale un aviso:
Entre su contraseña.
Lo hago.
Sale un error. Dice que no es la correcta. (Hace años no la uso y al parecer, la que tengo anotada en el gestor de contraseñas de Google no funciona).
Me pregunta si deseo cambiarla.
Lo hago. Me dice que me enviará un mensaje a mi celular o un correo. (Resulta que mi contraseña está asociada a un correo de Hotmail que no uso desde hace años y tampoco funciona mi contraseña que tengo anotada para ese correo).
Me dice entonces que me le dé otro correo para que pueda recibir el mensaje. (Espero varias horas y nunca llegó; tampoco me llegó el mensaje a mi celular).
Cuando intenté recuperar mi cuenta en Hotmail sucedió algo parecido. Pude recuperar el correo, pero cuando quise ingresar de nuevo mi contraseña otra vez no era válida.
¿Qué se supone que debía hacer? No me consideraba una inútil en cuestiones de Internet. He podido registrarme en algunos sitios como Amazon, subir mis obras desde la época en la que solo se recibían instrucciones en inglés y no existía el famoso traductor de Google, he abierto cuentas en varios sitios, tengo varios blogs, cuenta en Instagram, Threads, X, desde hace años y hasta el momento no me había ocurrido algo así. En Facebook me preguntaron por mi nombre, edad, y por mi personaje favorito en la historia. ¿Después de quince años ¿cómo iba a recordarlo? ¡Mis gustos han cambiado y la historia también! Lógicamente no respondí de manera adecuada y me cerraron la cuenta. Lo mismo ocurrió con Facebook.
Pero eso no es lo peor. Lo peor es que no hay forma ni manera de comunicarse con una operadora de carne y hueso. Todo se limita a unas cuantas preguntas generales en las que no se incluye mi problema. Cuando hago clic en “Otros” y expongo mi situación, me remite a las mismas preguntas generales de antes. Definitivamente algo está fallando en el sistema y me llama la atención, porque se supone que fue creado por personas con una capacidad intelectual por encima de la del resto de los humanos.
Tuve que abrir una nueva cuenta en Facebook y otra en Instagram y empezar desde cero. Al igual que en mi correo, porque no puedo hacer uso de mi celular cada vez que intento escribir una carta, un informe o enviar un archivo.
Escribo esto en el blog porque no puedo plantear mi problema de otra manera a la espera de que algún día, tal vez por casualidades de la vida alguna persona que se interese o que trabaje en alguno de esos sitios, tenga a bien hacer algo para evitarles a los seres de a pie cómo solucionar este tipo de problemas.
Lo peor de todo es que no puedo prescindir de un correo ni de Internet. Mi trabajo es pasar algunas horas al día frente a la pantalla escribiendo y comunicándome, en mi trabajo la conexión con el mundo exterior es imprescindible.
¡Hasta la próxima, amigos!