Revista Talentos

Un pueblo enfermo de folcloritis crónica

Publicado el 15 agosto 2013 por Perropuka

Un pueblo enfermo de folcloritis crónica

Paseando a la "Mamita" de Urkupiña

Ah, qué regio resulta ser empleado público en estas tierras temblorosas, no tanto por los temblores de la madre Tierra, más bien escasos, sino por los zapateos kilométricos y constantes de las personas que hacen del baile folclórico una filosofía de vida. Podría estar la república cayéndose a pedazos, podría estar ocurriendo un golpe de estado, una dramática inundación, cualquier tragedia nacional y, sin embargo, siempre habrá gente dispuesta a continuar divirtiéndose en público,  tragos incluidos, so pretexto de fervor religioso y adoración a cualesquiera advocaciones de la Virgen. La gente piensa con los pies, ya ni con el corazón, mucho menos con la cabeza. 
Como no podía ser de otra manera, la revolución democrática y cultural en la que estamos inmersos viene rindiendo sus primeros frutos, ahora se estila que cada gobernador haga uso de su autonomía declarando feriados u horario continuo cuando se avecinan estas celebraciones multitudinarias. La policía misma, por instrucciones superiores, se da a la tarea de cerrar calles y carreteras a los automovilistas para uso exclusivo de los bailarines, custodiando solemnemente el desfile del santo patrono según calendario. En otros países, la policía escolta personalidades de carne y hueso, aquí escolta personalidades de yeso. A quién le importa que se impida el paso de camiones de carga internacional o de buses repletos de pasajeros, ansiosos de llegar a destino, con el consiguiente caos que significa buscar vías alternativas, casi siempre sin señalización adecuada y que, en muchos casos, la policía de tránsito no colabora en absoluto, generándose desesperantes cuellos de botella, donde imperan los bocinazos y la ley del más fuerte. Me consta, juro por mis convicciones religiosas un tanto temblorosas.
Esta semana, la ciudad se ha visto invadida por millares de visitantes, por motivo de la Fiesta de la Virgen de Urkupiña. El epicentro es Quillacollo, localidad a once kilómetros al oeste de Cochabamba. Ayer, desde tempranas horas de la mañana comenzó el jolgorio con el despliegue de las fraternidades de danzarines. Los grandes beneficiados son los especuladores de graderías y las fábricas de cerveza que por estas fechas trabajan a toda máquina. Los hoteles  y alojamientos hacen también su agosto, valga la expresión.  A los demás toca joderse, empezando por la dificultad de poder movilizarse y el cierre paulatino de oficinas y tiendas. A la fiesta, a la fiesta, como hormigas tras un rastro de azúcar.
“Un millón de visitantes van a visitar a la Mamita de Urkupiña”, aventuran los comentaristas de televisión que, por esos raros milagros, se convierten automáticamente en connotados especialistas en danzas, máscaras, plumas y tocados. Toda suerte de mercaderes arriban al valle, desde vendedores de cascabeles y trenzas artificiales, hasta adivinadores de la fortuna que, curiosamente, pululan con mayor notoriedad en estos acontecimientos religiosos. El folclore se nutre también de artistas más religiosos que monjes con cilicio: esta vez llegaron incluso los afamados y oportunísimos Los 4 de Córdoba con su canción a la Virgen bajo el brazo (bajo el poncho para ser más exactos). El alcalde de Quillacollo, al borde de las lágrimas, los condecoró ipso facto, declarándolos huéspedes ilustres. Hoy por hoy, también es hit del momento una canción de un grupo folclórico local. Los contratos de actuación para estos fervorosos llueven como milagros. Ah, la inspiración fluye como rio en estas fechas, dicen. Milagros y más milagros.

Un pueblo enfermo de folcloritis crónica

Procesión en Bérgamo, Italia

Tres días dura el calvario de ver tanto amontonamiento de gente que el aire se torna irrespirable para unos cuantos que somos aguafiestas, obligados a recluirnos en casa y apagar el televisor, porque hasta en las noticias jabonan con lo mismo. Tres días con sabor a poco, dura la jarana pagano-religiosa para los devotos sin fronteras: hay quienes incluso llegan desde Norteamérica, Escandinavia, o de la Argentina. He visto extranjeros que se han contagiado de esta idolatría. Si hubiera bolivianos en Marte, a fe mía que no faltarían a la cita.  Ah, extrañamente diligentes somos los bolivianos,  conocidos por no aportar nada al mundo, salvo por exportar réplicas de la Virgen de Urkupiña, con festividad incluida, a ciudades de EEUU, España, Brasil, Chile, Suecia y Argentina. Al paso que vamos, pronto llevaremos la enfermedad hasta el mismo Vaticano, que la invasión ya ha comenzado por Bérgamo. Forza Italia!

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