Recientemente se ha fallado la tercera edición del Premio Luis Adaro de Relato Corto, un premio joven que se organiza en Asturias desde la Asociación de Escritores Noveles. El premio quedó desierto.
Como es habitual toda la información relacionada con el fallo del jurado ha quedado expuesta, amen de en otros foros, en el blog de la propia asociación.
Me sorprende gratamente el revuelo que se ha formado en dicho blog tras hacer pública la decisión del jurado. El personal, por lo general resentido y carente de sentido común, se ha rebotado argumentando un cúmulo de estupideces que se caen por si solas. He leído cosas tan absurdas como que el premio ha quedado desierto porque la asociación no tenía líquidez económica para hacer frente al premio, que la propia asociación, al estar en tiempos de crisis, ha optado por ahorrarse ese dinero. ¡Cuántas gilipolleces lee uno por tener ojos!
Dice Coto Matamoros que en esta vida lo importante es que hablen de ti, bien o mal, pero que hablen. No se pueden imaginar los felices que estarán, supongo, los próceres de la Asociación de Escritores Noveles por la publicidad que se está haciendo de ella en la red, amén de la satisfacción personal por el trabajo bien hecho dado que, por un lado, su trabajo en pro del autor novel es impecable, y, por otro, porque más allá de estas estériles polémicas promovidas por niños de parvulario, la seriedad, rigurosidad, y profesionalidad está demostrada a todas luces. Y sé muy bien de qué hablo.
Este año el premio, digo, quedó desierto. Y así sucedió porque el nivel de las obras presentadas fue realmente baja, muy baja. Sí, tal y como suena, muy baja. Entérense bien ya de una vez por todas. Los premios literarios tienen que tener una calidad manifiesta y contrastada, y de lo contrario es mejor declararlo desierto. Es preferible esta opción a que se conceda un premio por el mero hecho de concederlo, y el nivel sea tan bajo que, finalmente, los propios patrocinadores opten por no continuar su colaboración.
Vivimos en un país en el que escribe hasta el apuntador, y en el que el “Síndrome Umbral” está mucho más arraigado en la piel de los autores seamos o no noveles de lo que a simple vista parece. Manuel Alonso, un prolífico autor con más de medio centenar de libros editados, dice que el escritor debe ser humilde antes que la vida le obligue a serlo”. Lleva infinita razón este autor refugiado últimamente por tierra astures, pero lo cierto es eso; hay demasiado gente que padece este mal endémico al que aludí antes. Sí, me refiero al “Síndrome Umbral”.
Todos los que nos dedicamos, de una u otra manera, a este oficio tenemos una tarea pendiente por hacer: Escribir por el placer de escribir, más allá de mercadeos editoriales (que diría el maestro Rosendo Tello). Pero la verdad es que desgraciadamente no es así. Escribimos con el afán de ganar premios, de colgarnos medallas, de visitar a hurtadillas las librerías y vigilar si se compra o no nuestros libros. Eso, de verdad, no es el verdadero espíritu del escritor. Debemos escribir por el mero hecho de escribir, porque queremos contar una historia o porque consideramos que es importante vomitar cuánto llevamos dentro. Todo lo demás, o sea lo que hacen quiénes postearon el blog de la asociación y otros porque no ganan premios, sólo tiene un nombre: pataleta de parvulario.
Las cosas que se hacen bien, siempre resultan bien. Y éste es un manifiesto ejemplo. El Premio Luis Adaro de Relato Corto es un certamen serio, riguroso y profesional. Como otros. No obstante, a quiénes le guste los pucherazos, la mediocridad, la farsa, y el chapuceo ya saben que no pueden presentarse a este premio, aunque lo hagan y luego pataleen como los niños.
La seriedad y la profesionalidad se demuestran con ejemplos como el Premio Luis Adaro. Lo otro, insisto, sólo se le puede llamar de una forma: pucherazo. Y eso no cabe en la cabeza de los responsables de la asociación ni en los patrocinadores. Quién busca polémica con este asunto está logrando lo contrario: Publicidad para la asociación y respeto y consideración para el propio galardón literario.
Las pataletas, para los parvularios y para los seudo escritores resentidos que sólo dedican su tiempo a mirarse estúpidamente su ombligo en detrimento de su actividad literaria. Es una lástima porque pudiendo ser buenos en estas haciendas, se convierten en la antítesis de lo que es un escritor. O sea, en unos insensatos.