Revista Diario

Un rinoceronte macho adulto

Publicado el 04 noviembre 2011 por Blopas

Esta es una anécdota en partes: la 35ava en la saga del Dr. Kovayashi.

El monólogo de la celda | Continuará…

Mucho tiempo después de que el sol tocara el cenit, Kovayashi abrió los ojos. Yacía boca arriba sobre el suelo, fuera de la celda, donde había llegado gracias a la obstinación de sus compañeros primates. Desconfiados del destino fatal del doctor lo habían arrastrado al exterior, prodigándole estimulación circulatoria y respiración boca a boca según fuera necesario. En consecuencia, verlo ponerse de pie y recobrar el control de su cuerpo representó para ellos una alegría incontenible. Por su parte, Kovayashi experimentaba una agradable paz interior, semejante a la que logran quienes templan su espíritu con el arte milenario del ayuno. No obstante, en su brazo izquierdo latía espasmódicamente un área amoratada, de cuyo centro debió desclavarse un gran dardo con plumas.

- “Membutal”, masculló entre dientes el doctor, cuyos sólidos conocimientos de química y farmacología le permitieron conservar la tranquilidad. “Esta droga puede dormir a un rinoceronte macho adulto en cuestión de minutos”, reflexionó en voz alta. Nikola y David, que habían escuchado con sus ojos bien abiertos, nunca se sintieron tan protegidos como en ese momento.

Los efectos secundarios del Membutal tampoco le eran desconocidos. Sabía que en dosis moderadas podía existir un desfasaje entre el dominio pleno del físico y del intelecto, y por esa razón se sorprendió menos de estar caminando que de descubrir que el campamento había sido abandonado. Hacía calor. El aire se movía tan lentamente que apenas agitaba el olor dulzón de los frutos del guásimo y el hedor de los animales en cautiverio. Los dos micos, mientras tanto, habían trepado a las ramas más altas del dosel y desde ahí arrojaban semillas y frutos contundentes para atraer la atención del doctor. Cuando finalmente inclinó la cabeza vio que las jaulas estaban rotas y que de sus restos colgaban, inánimes, aquellas aves coloridas que lo cautivaran a su llegada a la base. Habían sido fusiladas; sus picos ya no emitían gorgeos sino tristes gotas de sangre. ¿Habría sido la masacre obra del Belga y su ejército? ¿Y qué se había hecho del Sr. X? Nikola y David descendieron a toda velocidad hasta la puerta de la choza principal, desde donde, una vez más, atrajeron la atención de Kovayashi con chillidos y piruetas.

El ambiente de la choza era a la vez umbrío y amable, lo que reconfortó al doctor. Sin embargo, su piel se había erizado como si hubiera atravesado el aura helada de la parca. Al cabo de unos segundos, no bien se hubo acostumbrado a la penumbra, la habitación entera se reveló ante sus ojos como una fotografía vieja, y así se encontró frente a frente con el cuerpo frío del Sr. X. Había sido amarrado con sogas a una tumbona de caña; sus extremidades estaban tan contraídas y arqueadas que si se lo miraba distraídamente parecía una araña grande pisoteada. Como suele ocurrirle a los hombres de ciencia que conocen bien las vastas leyes de la Naturaleza, Kovayashi no se mostró sorprendido al notar en la piel del Sr. X. el mismo tono azulino visto en las alas de los guacamayos.

- “No caben dudas, el edema de pulmón y la contorsión sólo pudieron haber sido causados por un neurotóxico potente como el de…”

Pero el doctor no tuvo necesidad de terminar la deducción. Al abrir Nikola la boca del cadáver, un ejemplar mediano, aunque letal, de escorpión amarillo rodó pecho abajo hasta estrellarse en el suelo.

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