Tras sacarme de la bolsita, me introdujeron en un ajustado agujero. Completamente hundido, sentí cómo una punta de acero perforaba, con insistentes vueltas de rosca, mi virginal alma de plástico. ¿Hasta cuándo tendría que soportar aquella escarpia alojada en mis entrañas? Entonces escuché al señor Fischer: "Mis tacos aguantan siempre".