Esta es una anécdota en partes: la 30a en la saga del Dr. Kovayashi.
< Una luz en la oscuridad | ¿Continuará?
_ “¿García?” La voz en el auricular sonó con temor y respeto. El reloj marcaba las 10 a.m.
_ “Teller…” contestó Kandrasky al otro lado de la línea. Habían acordado nunca usar sus verdaderos nombres por teléfono.
_ “Feather.”
_ “Lo mismo da.” Seguramente el canillita usaba un pañuelo para disfrazar su voz.
_ “Tengo lo suyo. A las 15. En su casa. Traiga lo… ejem… lo mío.”
No hubo más respuesta que un click. El plan estaba en marcha. A las 13 p.m., Feather y Teller, que ya habían hecho y comprado todo lo que debían, cruzaron Sobremonte debajo de un sol inclemente e ingresaron a la casa de Kovayashi sin que nadie los viese. Llevaban varios bultos llamativos.
Por su parte, el Doctor también había realizado sus tareas. Al despuntar el sol ya había terminado de cavar en su jardín un prolijo hoyo de 60 x 150 cm. Había conservado intactos los primeros 5 cm de pasto, y con el resto de la tierra había formado una montaña. Luego extrajo del pequeño tambucho del fondo un retazo de polietileno de alta densidad que “por las dudas” había guardado en septiembre, después de levantar el túnel para hortalizas. Una vez centrado el plástico en el hoyo, saltó al interior. El hoyo quedó forrado.
A las 14 p.m., Kovayashi le ordenó a los escritores que subieran al máximo el fuego de las hornallas. El agua hervía a borbotones. El Doctor no podía dejar de observar con cierta desconfianza a la pareja. Miraban obsesivamente sus relojes. Caminaban de aquí para allá, en líneas rectas y en círculos. Iban y venían al baño, controlaban la calle desde el escritorio, salían al jardín. Pasaban largos ratos sin mirarse; casi ni se hablaban, y cuando lo hacían eran cuchicheos apenas audibles. Kovayashi, atento a cada detalle, notó cómo latían los tendones de la diestra de Teller. Había mucha tensión allí, parecían extrañar el metal del Parabellum que abultaba su sobaco. Por un momento, el Doctor evaluó la idea de dejar que Jorgito eliminara a los escritores. También pensó cuán probable era que él mismo hubiera caído en una gran trampa tendida por el diarero, que estos dos payasos trabajaran para él, que todo fuera una gran actuación (incluyendo el tiro fallado), y que el acto final estuviera por desarrollarse en su propia casa. También imaginó que el fantasma de Rómulo, si es que andaba por allí, también podría ser de ayuda. “Basta de boludeces”, pensó Kovayashi y sacudió la cabeza como un perro mojado. El reloj cantaba las 14:30 p.m.
El timbrazo de Jorgito electrificó el aire de la casa del Doctor. Feather miró su reloj de pulsera: exactamente las 14:50 p.m. Se había adelantado. El más locuaz de los escritores abrió la puerta, mientras el otro se ubicó en el extremo opuesto del living. Kandrasky caminó hasta el centro del cuarto llevando delante de sí, sobre sus manos, un maletín negro. Feather cerró la puerta con llave sin hacer ruido.
_ “Primero lo primero. Muéstrenme el cuerpo.”
_ “Me parece justo” opinó Heriberto al tiempo que guiaba a Kandrasky hacia el cuarto de baño. Teller corrió a la ventana y verificó que la calle estuviera desierta; luego volvió sobre sus pasos para ubicarse detrás de ellos. Sin encender la luz, Heriberto señaló un bulto gigante en la bañera, envuelto en un nylon negro. Había manchas de sangre reseca en las paredes, en el lavabo y en el piso, y se notaba que las habían intentado limpiar con un trapo. Los vapores de la lavandina eran tan intensos que Kandrasky sintió náuseas; no sólo por el olor, sino también por respeto a la familia Kovayashi, a quienes les había vendido el periódico por más años de los que podía recordar. Sería un hampón, pero tenía sentimientos. Por eso no pidió que le abrieran la bolsa y regresó al living con pasos apresurados bajo el atento control de los escritores.
_ “Qué pena… qué pena… El Doctor era un gran muchacho. Por desgracia, sobrevivió al choreo… Vio cosas, podía incriminarme ¿entienden?” Kandrasky parecía estar pidiendo comprensión a los escritores, pero éstos únicamente entendían que estaban en la misma situación que Kovayashi. Ferdibaldo palpó la Parabellum. Mientras tanto, Kandrasky prosiguió:
_ “La libertad, señores, es como la salud: más se la valora cuando se la pierde. Por eso, yo me pregunto ¿cuánto vale la libertad? En este caso, señores, su libertad depende de los documentos que traigo en este maletín, y estoy seguro de que coincidirán conmigo que romper todo lo que firmaron bien puede valer más que un departamentito en este barrio de mierda, ¿no?” La mano nerviosa de Teller aferró el metal en su sobaco, y con el rostro enrojecido de ira le gritó a Kandrasky:
_ “¡¡Queremos la plata!!”
_ “Por lo que veo, no quie…” La frase quedó inconclusa.
_ “¡Metéte los papeles en el culo!”, gritó Ferdibaldo, y sacando la pistola disparó al cuerpo de Kandrasky. La bala dio en el blanco, acertando a destrozarle la rodilla derecha. Su pierna quedó unida al muslo por una hebra mínima de carne, y por eso el hampón, en un grito de dolor y sorpresa, cayó al piso. En ese mismo instante, Kovayashi ingresó al living. No necesitó explicarle a Jorgito lo que estaba por suceder. Jorgito tampoco necesitó preguntarle nada. Teller se apresuró a abrir el maletín de Kandrasky. Era cierto, en su interior no había ni un mísero centavo olvidado. De repente, un nuevo grito de alerta, esta vez de Heriberto, congeló el living:
_ “¡Cuidado, tiene un arma!” Kandrasky había extraído un puñal de abajo del pantalón que cubría la pierna destrozada.
Había llegado el momento esperado, el instante planeado y deseado en el que el Doctor debía enfrentarse a su asesino. No era un duelo de cowboys fuera del saloon, pero así estaban planteadas las cosas, sólo el más rápido viviría. Los metales resplandecieron en las diestras de los dos hombres. Con la velocidad del guepardo, Kovayashi levantó la estrella ninja consagrada a la luna y la dejó volar. Feather y Teller cerraron los ojos y un ruido seco, semejante al caer de una piedra sobre un camino polvoriento, los forzó a abrirlos para ver a Kandrasky de rodillas con el puñal aún en la mano y la estrella clavada verticalmente en el medio de la frente. Su cuerpo convulsionó un segundo y cayó de espaldas. El reloj marcaba las 15:02 p.m.
La siguiente parte del plan fue controlada celosamente por el Doctor Kovayashi. Jorgito fue desnudado y arrojado dentro del hoyo en el jardín. Teller vació sobre el cuerpo las dos bolsas de ácido muriático en cristales, y luego hizo lo mismo con los casi 200 litros de agua hervían en la cocina. Entre todos limpiaron la casa minuciosamente, usando mucha lavandina, alcohol y la menor cantidad posible de trapos. A las 18:10 p.m. el interior de la casa lucía como si nada hubiera pasado.
_ “A medianoche, su cuerpo se habrá convertido en sopa humana”, dijo Kovayashi, que había colocado sobre la mesa un paño verde, un mazo de cartas y un paquete de bizcochitos de grasa. Y en voz alta, como líder y cerebro de tan exitoso plan, instó a sus compañeros a sentarse: “Amigos, nada mejor que un truco gallo para amenizar la espera.” A las 11:59 p.m., los tres hombres retiraron el polietileno, y el líquido ácido con dientes y uñas cayó al fondo del pozo. La tierra lo absorbería pronto. A la mañana siguiente rellenaron el pozo y volvieron a colocar la capita de pasto en su lugar. La ropa y los papeles firmados fueron quemados en la parrilla, donde hicieron un asado de despedida.
Esa noche, los tres hombres saltaron la medianera hacia el jardín de Rómulo y W., cuyo fondo daba a un baldío con salida a la calle trasera. El Doctor llevaba una valija pequeña, y en la valija había un ticket de avión. ¿Destino? Un país en donde viviría los siguientes cinco años antes de retornar a su hogar. Se despidieron brevemente, jurándose silencio y complicidad eterna. Antes de separarse, Teller le entregó un sobre de papel madera con una inscripción manuscrita: Kovayashi. El Doctor sonrió y se echó a andar sin mirar atrás.
¡Comparte esta anécdota!