Durante el resto del día la calle gozó de una agradable calma. Por un lado, Scalisi, tal como había dicho, horneó la palomita con rodajas de berenjena. El ejercicio matinal le había devuelto algo de quietud a su espíritu, y el hecho de haber compartido un rato con el doctor le permitió volver a concentrarse en sí mismo. Así fue como logró relajar la vigilancia tan estricta que mantenía sobre Kovayashi, y minutos después de llenar su estómago se entregó a una siesta reparadora; una de esas que hacía años que no se regalaba.
Por su parte, la Señora W., que había espiado con incredulidad la demostración de tiro con ballesta desde atrás del tanque de agua de su terraza, permaneció encerrada y sola en su casa hasta bien entrada la noche, cuando el marido regresó de la fábrica. Él aborrecía que lo interrumpieran en horario de trabajo, por lo que ella desistió de llamarlo al celular por una nimiedad tal como un golpeteo que escuchaba en la casa del Dr. Kovayashi. Le había prestado atención toda la tarde; sucedía regularmente cada 30 segundos, y aunque apoyó la oreja contra la pared no alcanzó a precisar de qué se trataba. No era martillo, no era máquina. ¿Estaría Kovayashi lanzando dardos? ¿Por qué se comportaba de una manera tan misteriosa? Más aun, ¿por qué el señor Scalisi no estaba en la ventana ni contestaba sus llamados? Desde que la Señora W. había consultado sus pesadillas con Alberto P. vivía en un estado de alerta permanente, segura de que en cualquier momento la muerte podía llevarse a alguien, incluso a ella.
Alrededor de las 21:00, Scalisi levantó el auricular por primera vez en el día, aunque no era la primera vez que oía sonar el teléfono. La siesta había abandonado su cuerpo horas atrás, dejándole los músculos llamativamente fláccidos. Inclusive, hasta sufrió un dolor debajo del esternón, una especie de puntada que lo atravesó como una lanza. El hombre estaba muy preocupado, pero sabía que tener miedo no iba a mejorar las cosas. Para no despertar sospechas, atendería a la Señora W. y la mandaría delicadamente a la mierda. Al día siguiente le devolvería el llamado y le pediría perdón; ella entendería. Por lo pronto, se puso de pie tan rápido como pudo y caminó hasta el living, donde el teléfono continuaba sonando.
_ “¿¿Dónde se había metido, eh??”
El reproche de Kovayashi le pareció tan injusto como merecido. El cuerpo le dolía y había hecho un esfuerzo enorme por alcanzar el aparato, pero también era una de las poquísimas veces que el doctor se dignaba a cuidarlo a él. Además, era un alivio no tener que hablar con esa estúpida de la Señora W.
_ “¿Está preparado para esta noche?”
_ …
_ “¿Qué le pasa? Le avisé que lo iba a llamar…”
_ “Me siento mal…”
_ “¡Déjese de joder, Scalisi! No me diga que se comió esa paloma; le dije que era una porquería…”
_ “No me rete, doctor, le aseguro que no me ayuda en nada.”
Por primera vez en varios días, Kovayashi temió. La posibilidad de tener que posponer su plan, de perder la oportunidad que su amigo invisible le había brindado, de sentir que -en algún sentido- la no concreción del plan podía considerarse un fracaso, le dio un escalofrío en la espalda. Debía sacar al viejo de su departamento esa noche sin importar el costo. Y para ello, era imprescindible mostrarse calmo, hablar con cautela y estimularlo a actuar.
_ “Escuche, amigo, ¿le gustaría que esta misma noche saliéramos de cacería con la ballesta? Por lo entusiasmado que lo vi esta mañana, no creo que quiera rechazar mi invitación, ¿no?”
_ “¿Qué tipo de cacería, doctor? ¿Acá, en medio de la ciudad?”
_ “Correcto, será acá mismo, en nuestro querido barrio. Durante mis paseos nocturnos me crucé infinidad de veces con unas aves muy grandes, negras, en los árboles de Tres Sargentos llegando a Roca.”
_ “Serán cuervos…”
_ “¡Exacto, cuervos!”
En la medida en que el viejo, entusiasmado, iba pidiendo más y más detalles, Kovayashi iba aumentando el calibre de sus mentiras.
_ “Escuche, Scalisi, tengo que cortar. Estése preparado, ya sabe cómo. Saldremos a las 03:30. Vístase de negro y, por lo que más quiera, no use mocasines, que hacen ruido. Cualquier otro calzado blando servirá. Yo le tocaré el portero, no se vaya a demorar.”
_ “Bueno…”
Kovayashi cortó, dejando el auricular completamente empapado en transpiración. El obstáculo había sido franqueado. Después de felicitarse, colocó una cerveza artesanal en la heladera y se relamió pensando en el beso que le daría a esa botella a eso de las cinco, con la satisfacción del plan cumplido. Solamente quedaba esperar la hora señalada.
Del otro lado de la medianera, la Señora W. volvió a escuchar aquel extraño golpeteo.
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