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Un vecino en la oscuridad

Publicado el 12 agosto 2010 por Blopas

Al amanecer, Scalisi colgó el auricular y apagó la luz del baño. Así, el departamento quedó a merced del alumbrado público. En la cocina, el viejo intentó bajar la angustia con una pascualina que venía comiendo en dosis desde hacía dos o tres días. “Ya tomó gusto a heladera”, le reprochó en voz alta a su ex-esposa, como si ella estuviera ahí presente apoyada en la pared. Un patrullero avanzaba con lentitud hacia Tres Sargentos. Azul-rojo, azul-rojo… Esa jovencita que sonreía desde el portaretratos fue una buena compañía muchas décadas atrás, pero un buen día se marchó. En alguna ocasión, Scalisi ya no sabe cuándo, la llamó para pedirle perdón. Una equivocación, un error a todas luces puesto que sólo consiguió reanimar su desprecio. No lo dejó hablar. Simplemente barrió su orgullo con la intolerancia de un alud de barro.

Tanto enfureció ese recuerdo a Scalisi que lanzó la porción de tarta contra la ventana. A excepción del huevo reseco, que rebotó, el resto del relleno quedó adherido al vidrio. Scalisi se arrepintió de inmediato, pues tarde o temprano debería limpiar, y no se sentía de ánimo más que para hundirse en el sillón, cerca del teléfono. Parado al lado de la ventana pringosa cortó un nuevo triángulo de tarta. En su breve recorrido, la cuchilla cortó con igual elegancia pascualina y carne de pulgar. El viejo ni se inmutó, comió la tarta sin prestarle atención al sabor. El último destello del patrullero antes de doblar en Tres Sargentos fue rojo.

En la casa contigua a la de Kovayashi, el timbre del teléfono rasgó el silencio como un latigazo. La Señora W. se desligó del brazo de su esposo y saltó de la cama hacia el comedor, más por terminar con el estruendo que por intriga o por temor. A semejante hora no podía ser nadie sino él.

_ Nuestro vecino llegó tarde.
_ Tiene derecho, ¿no?
_ Maltrecho…
_ ¿En serio?
_ Lo vi.
_ ¿Y ahora?
_ Creo que duerme.
_ Y yo creo que nosotros deberíamos hacer lo mismo… ¿Usted está bien?
_ Sí, espléndido. Gracias.

No hubo adiós. Scalisi se tomó unos segundos, pendiente del click al otro lado de la línea. Mientras tanto, se concentró en mantener abierta la herida pegando y despegando el pulgar en el plástico. Adoraba la textura de su propia sangre. Más tarde, si tenía tiempo, se haría otro corte. De repente, algo lo hizo continuar la conversación.

_ W., sé que no estoy cuidando a nuestro vecino como debo. Perdóneme.
_ …
_ No se enoje conmigo, por favor, que ya bastante mal me siento.
_ …
_ Entiendo que usted me haya llamado únicamente para tratarme mal. Lo merezco.
_ …
_ Bueno, pero no me grite.
_ …
_ Sí, soy un fracaso.
_ …
_ No, no quiero hablar más.
_ …

El viejo dejó que el auricular cayera al piso y no lo levantó, y apenas si volvió a mirar por la ventana en el resto del día. Al anochecer ya había olvidado todo el asunto. Limpió la sangre del teléfono y del parquet, y se sorprendió de encontrar tan sucia la ventana de la cocina. Cenó pascualina.

Del otro lado de la calle, Kovayashi descansaba en la más profunda de las inconsciencias.

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