Alaska, 31 de julio de 2012,
Me había quedado con un té a la menta en vaso de plástico en una terraza de la Rambla del Raval. En unos carteles del ayuntamiento se lee “Shhh! que els veïns dormen". Alguien con el gatillo fácil ha preguntado: ¿pa qui stán? Los carteles parecen la versión en diseño de las pancartas “volem un barri digne” que cuelgan todavía en algunos balcones del barrio. La dignidad. Si se refieren al ruido es una batalla perdida. Difícil ser cool y silencioso. La gente bebe y grita y bebe y vuelven a beber como los peces en el río. La Rambla del Raval es bonita, mucho más paseable que su vecina La Rambla, pero igual de ruidosa y cara que ella. Aquí se duerme menos que en Nueva York.
La Rambla del gato Botero, el hotel Barceló y las palmeras es una península rodeada de kebabs por todos lados menos por alguno. Al final, bajando hacia el mar, están dos lugares donde a veces tomo algo y leo el periódico, La Paciencia y El Cafè de Les Delícies. Aunque el primero solo tenga La Vanguardia y el segundo cobre el wifi y el café a precio de aeropuerto. Nada es perfecto. En el otro lado, arriba, está La Verònica, pizzería fetiche de Los Sánchez, donde se nos puede encontrar después de una función (la sala Almazen está muy cerca) dando cuenta de la mejor pizza de espinacas del mundo.
Ahora que tú y yo hablamos de ciudades inteligentes y de ciudades beta, la Rambla del Raval significó una de las transformaciones más asombrosas de un barrio. Fue hace apenas doce años. Por una vez los políticos y los arquitectos estuvieron finos, se dejaron de milongas y de coartadas sentimentales y cortaron por lo insano. Hicieron lo que había que hacer, tiraron abajo edificios insalubres, destruyeron calles donde no entraba ni la luz y transformaron el barrio Chino. Algunos contaron en su día que hubo especulación. Fue mucho antes de enterarnos de que medio país especulaba con el otro medio. Algunos otros, progres de entonces, modernos de ahora, cantaron odas a la memoria perdida para siempre de los vecinos, mientras las máquinas metían la pala sin pudor en lavabos y dormitorios. ¡Anda ya! En realidad la única memoria que se estropeaba era la de ellos mismos. Son el tipo de gente que no quiere que los lugares cutres cambien, que buscan terrenos inexplorados en los que admirar la miseria, gentes que viajan para decirte que los pobres son, en realidad, más felices (porque ahí la gente no deja de reír, ya tu sabes mi amol), gentes que viajan solo para decir “yo estuve ahí”. Lugares que nunca elegirían para vivir, por supuesto.
Apuro el té a la menta. Ganaría en un vaso de cristal, pero no valdría el euro que vale. Miro el Bicing, el servicio de bicicletas de la ciudad. Está a tope de bicis aparcadas, señal inequívoca de lugar de éxito de la ciudad.
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