Revista Diario

Un viento de rumores

Publicado el 21 mayo 2010 por Alicia
Un viento de rumores(foto tomada de internet)
War! that mad game the world so loves to play. ~Jonathan Swift
Un viento de rumores, de cuchicheos incesantes, fue colándose por las rendijas hasta que no quedó más que el silencio. Los ojos se abrieron, se cerraron las gargantas, y los rostros, sin encontrar cobijo tras las palabras, se contorsionaron en mil mudos gestos de miedo y rabia. Nos quedamos solos, sin el otro, sin aquel que nos daría la puñalada certera tras habernos regalado una sonrisa. La vida parecía latir con más fuerza que antes, con la urgencia de lo que se acaba, con la inesperada vitalidad del moribundo. Hasta la solitaria casa llegaba el siseo de las conversaciones de Capitanía puntuadas por un ir y venir de personajes de paso y luces encendidas hasta el amanecer. La tristeza y el misterio se posaron sobre la ciudad como un manto de aceptación de lo inevitable arrancando de cuajo, con feroz gesto, la voluntad de todos. Y entonces llegó la noticia.Eran palabras lejanas, venidas de más allá de las fronteras, relatando horrores con nombres familiares enhebrando historias. El capricho detenía a personas normales y corrientes con el más ligero pretexto. Mi hermana y yo acompañamos a Julita a ver a su padre encarcelado en Capitanía. Nos esperaba junto a la reja con la cabeza rapada y los ojos abiertos de par en par. Al día siguiente lo ejecutaron. Tenía veinticinco años.La luz amarillenta reverberaba en el espejo del tocador de mamá. Los cuatro, en pijama, echados sobre la cama grande reíamos. Mi madre bordaba en el sillón y mi padre, a los pies de la cama, daba vida a unos muñecos de guiñol fabricados por él. Papá inventaba historias disparatadas sobre la marcha e infundía a cada uno de los muñecos una voz característica. ¡No podíamos estar en guerra! Primero pensamos que eran los muñecos, pero la insistencia nos trajo el sonido de alguien llamando a la puerta. Papá bajó a abrir y se encontró de frente con unos policías que, tras horas de vigilancia, sospechaban que había en casa una reunión clandestina. Las diferentes voces que mi padre le ponía a los guiñoles les habían hecho creer que, efectivamente, un montón de personas estaban tramando algo peligroso. Después de registrar la casa sin encontrar a nadie, justificaron su visita llevándose la radio, que cada noche traía explicaciones de lo que sucedía en todos los puntos del país.Al cabo de algunos meses, llamaron de nuevo a la puerta en medio de la noche. Ya sin radio, lo único inusual que teníamos era una nevera, necesaria en la clínica para guardar los alimentos fríos que tomaban los enfermos operados de garganta. Al ver a la policía en la puerta, mi hermano pequeño salió corriendo en busca de mi madre: ‘Mamá, ¡la policía!... ¡esconde la nevera, que se la llevan!’
(Historia basada en un hecho real)

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