Me toco un Cáncer bonito. ¿Eso puede pasar? Sí. Me paso a mí. El problema es que no lo sabía; así pasa cuando sucede -- como suelo decir siempre-- ¿Y cómo sé que me toco un Cáncer bonito? Pues... ¿mientras transcurro en el?
Fue un viernes el día que me enteré de que había dado positivo en Cáncer de ovario; pensé lo peor. Mi diagnostico llegó en un momento de mi vida en que todo estaba nebuloso. Para poner mis palabras en contexto es importante mencionar que el año 2018, para mí, fue un año conscientemente bizarro; he tenido años inconscientemente bizarros.
Lo inicie con una tristeza personal profunda de la que no sé si escriba. Con una mudanza eminente. Laboralmente independiente y con un futuro incierto. Yo no sabía en ese momento, el tamaño del Sunami -- de piscina—que me caería encima y, digo de piscina por qué; siempre existen tristezas más profundas, mudanzas más difíciles, trabajos más duros y enfermedades más graves.
Como escribí en post anterior, recuerdo que a principios del 2018 recostada sobre mi cama en mi nuevo hogar, descubrí un bulto de 5 cm de diámetro aproximadamente en mi fosa iliaca derecha (ingle derecha). Me pareció extraño. Me revise el lado izquierdo y no había nada. Me quede pensando. Me asusté. Sacudí mis ideas para no asustarme más y la frase que vino a mi mente fue: Debes ir al médico.
Llego marzo. Toco chequeo médico anual –porque yo soy de las que siempre le dio prioridad a su salud-- y la doctora que me examino se sorprendió; tanto o más que yo, al encontrar el bulto en cuestión y bajo la promesa de ver este tema por consulta externa me mando a casa. En ese momento la frase que vino a mi mente fue nuevamente: Debo ir al médico.
Así; queriendo y sin querer, pasaron los meses (3). Y llego un 15 de junio del 2018. El día en que mi padre comenzó a diluirse (entiéndase por diluirse, en mis términos; como la necesidad del alma de escaparse del cuerpo). Para la primera semana de julio toda mi familia estaba atenta al proceso de mi padre y cada uno desconectado de sí mismo. Yo no pensaba en otra cosa que no fuera mi padre. No dejaba de sentirme triste, de llorar, de estar alerta, de preocuparme por él. Pero, nuevamente un viernes, cuando regresaba a casa; luego de cuidar a papá, me sentí enferma. Me dio fiebre, escalofríos, me dolía la cintura y estaba extrañamente agotada. Recuerdo que Benjamín y yo coincidimos en que ese bulto en mi lado derecho podía ser la causa y coincidimos que ya era tiempo de ver al médico. En ese momento la frase que vino a mi mente fue: Tienes que ir al médico!!!.
Llego el lunes. Benjamín se fue a trabajar. Yo Decidí llamar a la Clínica para solicitar una cita con un doctor en medicina general para ese mismo día. Logre la cita para el mismo lunes y la elección del médico fue el “de tin marin” más afortunado de mi vida. Porque ese médico que escogí al azar, por un horario conveniente, me salvo de lo que mi cuerpo estaba haciendo contra sí mismo.
Recuerdo, que desde que le dije al doctor que tenía un bulto, su mirada cambio. Sus sentidos se alertaron y su trato se volvió más cercano y preocupado. Desde ese punto hacia adelante, fueron tres semanas de exámenes médicos (resonancias, tomografías, hemogramas, etc.). Y Entre examen y examen la intuición. Eso que sientes y no sientes. Eso que está ahí y no está ahí. Eso que te recorre, pero te deja estático. Aunque parezca increíble el diagnostico de cáncer vino a mi mente mientras me hacia esos estudios, pero lo descarte porque jamás pensé ser tan “suertuda” y era “optimista” de ahí que lo primero que me dijo esta enfermedad fue: Escúchate!
Entonces, luego de tantos exámenes mi próximo futuro estaba listo para presentarse y también lo haría un viernes….