Revista Literatura
Desde que la modernidad nos enseñó a mirar con cuchillos, anda la belleza como perdida y perdiendo. Con cuchillos, porque esa intuición inextirpable de que nuestra felicidad tiene estructura triangular -que donde hay belleza, ha de haber verdad y bien; y las otras dos combinaciones- ha sido troceada como un queso de pueblo o una tarta demoscópica.
La verdad es el poder que otorga la ciencia empírica; el bien es la espiral de bienes de consumo; y la belleza, ¿qué otra cosa, que el placer más asequible?
"No puedo conectar nada con nada" decía una de las voces de La tierra baldía, de T. S. Eliot, y yo me imagino al personaje abrumado con los tres grandes pedazos de queso entre los brazos, paralizado, sin encontrar el camino de vuelta. Y el fuerte aroma del queso se llama melancolía.
Sin camino de vuelta, perdidos y melancólicos hasta la borrachera, nos sentamos a la orilla del bello río de Babilonia, pero nos acordamos de Sión, y lloramos como malditos...
Pues con ocasión del nuevo ensayo Tan bella, tan cerca, de todo esto, y más, hablaré el jueves 15 de diciembre en la entrevista-coloquio a la que la escritora Ángela de Mela me someterá en la sede de la Fundación Mainel: "La estética rompió mi vida, y la salvó". A las 19:30. Entrada libre.