Revista Literatura
Esta mañana, un amigo me ha pasado por el móvil una noticia que, sinceramente, hacía tiempo que esperaba ver. "Por fin alguien sensato", hemos pensado ambos, y es que el tema de la violencia física en el ámbito familiar, como tantas otras cosas de nuestra moderna sociedad, no tiene términos medios y ha pasado del supuesto abuso de fuerza por parte de los padres hacia los hijos al más que evidente menosprecio y absoluta falta de respeto que estos llegan en ocasiones a sentir por sus progenitores, amparándose en un sistema legislativo que los lleva sobreprotegiendo desde hace ya muchos años. En consecuencia, son los que tienen la sartén por el mango y se aprovechan para hacer lo que les viene en gana, como ha sido el caso que ahora os expondré y que, por fortuna, no ha acabado como la mayoría con la madre o el padre declarados culpables y obligados a pagar por su "crimen".
La noticia, que podéis ver aquí, habla de una madre a la que su hijo de 11 años denunció por agresión. Todo ocurrió cuando el menor se negó reiteradamente a poner el desayuno, aludiendo que estaba escuchando música en su móvil, el cual parece que incluso (aunque no quedó demostrado) llegó a lanzar contra su madre. La mujer, viendo que la situación se descontrolaba y seguramente ya presa de los nervios, optó por darle un buen bofetón. Ya en el juicio, el juez la ha absuelto al comprobar que, en efecto, el menor fue el que provocó la reacción de su madre y considera pues justificado que haya recibido. Ante esto yo solo puedo, como dije antes, alabar a dicho juez porque hace falta poner un punto de sensatez en esta sociedad, ya que una cosa es ir dando palos sin ton ni son a la mínima y otra que no puedas siquiera alzar la mano para ejercer tu autoridad cuando las palabras no sirven de nada.
Hay de todo, tanto de un lado como de otro. Ningún exceso está justificado, ni el del padre severo que azota hasta porque le miran mal ni el del hijo que se cree intocable y por ello hace y deshace a su antojo con amenazas de denuncia. Lo suyo sería algo intermedio, una situación en la que el padre y la madre puedan imponer su autoridad de una manera sencilla y sin gritos porque el respeto que sientan hacia ellos sus hijos haga que no sea necesario recurrir a nada más. Claro que, como siempre, esto que sería lo ideal y que, posiblemente, sea la norma (o debiera serlo), a veces no se cumple y es cuando llegan los problemas.
¿Hay entonces que darle una bofetada o un cachete en el culo al niño o niña si se porta mal? Pues si las palabras no han servido, si continúa sin hacer el menor caso o si, además, se te sube a las barbas en mi opinión está más que justificado dar no uno, sino los que hagan falta aunque tampoco es cuestión de darle una paliza al crío, no seamos bestias, pero si uno no es suficiente pues otro, y así hasta que se le quite la tontería. No es lo deseable ni para el que recibe, ni para el que da porque sé muy bien que, muy a menudo, duele más esto último puesto que a ningún padre le gusta hacer daño a sus hijos pero cuando a veces llega un momento en el que es la única forma de imponerse, hay que hacerlo y punto.
Sé que este tema generará controversia, que habrá gente que esté a favor de los castigos físicos siempre que estén plenamente justificados y también quienes no hallen justificación alguna para lo que seguro considerarán un acto de violencia doméstica totalmente reprochable. Dos posturas que evidencian, como dije al principio, que en esta sociedad no hay grises, que todo ha de ser blanco o negro, sin matices, y así nos va. Lo cierto es que dar un cachete o un bofetón es algo que se ha hecho toda la vida y nadie ha muerto por ello. ¿Que lo ideal sería no tener que recurrir nunca al castigo físico? Estoy totalmente de acuerdo. Por desgracia hay menores que por muy buena educación que sus padres crean estar dándoles, son en realidad tan sumamente malos que logran poner el sistema a su favor y se aprovechan del mismo para ejercer poder sobre otras personas, conocidas o desconocidas, amigos o, como hemos visto, incluso sus propios progenitores o cualquier otro familiar directo. Chicos y chicas que, en su momento, cuando todavía se estaba a tiempo, no recibieron la torta de turno y se les dijo "hasta aquí"...