Conocí a Erick una noche cualquiera en un bar karaoke de la capital. Su cara me era familiar y me acerqué a hablarle cuando se bajó del pequeño y oscuro escenario que daba el efecto de contraluz en el artista de turno por la pantalla del proyector donde aparecía la letra de la canción. Cantó de todo, desde los clásicos kitsch hasta las bachatas que están de moda hoy. Se movió con propiedad en el reducido espacio y al finalizar le agradeció a su incondicional público, como más tarde me confesó le gustaba llamar a la gente que le aplaudía al final.
Con el humo nicotinoso de fondo y un ambiente algo más calmado, lo invité una cerveza diciéndole que estaba seguro de haberlo visto en alguna parte. Y no sé qué tan cierto era eso, hay veces en que una cara nos parece familiar, un movimiento o un olor, pero en muchas oportunidades no es más que una (des)afortunada coincidencia.Y no tardó en contarme que aparecía en la tele, que fue cantante de uno de esos programas juveniles de la tarde que se encargaban de captar todo el rating en los ’90 y principios de los 2000 y se acomodó con unas evidentes ganas de contarme su historia.
Lamentablemente, la conversación no fluyó mucho esa noche porque el contexto no nos acompañaba. Nunca es muy productivo conversar en un bar con música alta, gente riendo y vasos posándose bruscamente sobre la mesa. Pero algo salió… algo interesante.
Erick alcanzó a grabar un disco en el programa de TV donde participaba, todos los días tenía sus minutos de gloria y muchos primeros planos cuando cantaba su hit con todo un elenco de fondo haciendo coreografías desaliñadas. Tenía un Fans Club incondicional que lo esperaba a la salida del canal para poder tocarlo, obtener un autógrafo y, en el mejor de los casos, recibir un beso de su ídolo de juventud. La vida le sonreía y aunque nunca tuvo muchas ventas, el sueño del humilde cantante de región comenzaba a hacerse realidad… Por lo menos ya salía en la tele.
En su ciudad natal ganó varios festivales de canto, lo que le abrió paso a la animación de eventos en discoteques y colegios, a codearse con los artistas invitados de bajo presupuesto y a conocer los vicios de la noche. Un buen día tuvo que compartir escenario con uno de los integrantes del programa donde más adelante participaría, hicieron buenas migas y éste personaje le hizo el contacto con el productor que vio un potencial talento para la televisión en él. Se trasladó a Santiago y fue presentado como la Revelación del Verano.
Quizá fue la ingenuidad o la rapidez con que todo pasó. Tenía lo que quería: Mujeres, hombres, drogas, alcohol, pases VIP, dinero, auspiciadores, nuevos amigos… pero no fue capaz de mantener el control de su vida y su insipiente carrera como figura mediática. Y no fueron pocos los esfuerzos del canal en dibujarle el camino para potenciarlo, incluso le auspiciaron la grabación de su disco axélectropop que fue el que recibió el castigo por su errático comportamiento. Su carrera televisiva terminó repentinamente tres meses después, cuando los ejecutivos supieron del primer gran carrete de Erick y decidieron no arriesgarse a ser representados por un rostro como el que se venía bosquejando y mucho menos a potenciarlo como la imagen juvenil del momento. La única excusa que dio el programa por su ausencia fue que “Viajó a México para lanzar una carrera internacional”. Y nunca más se supo de él.
Esa noche del bar karaoke, Erick me confesó que jamás viajó a México y que el canal nunca más se puso en contacto con él. Pero lo que más le pesaba era haber sido vetado de toda la escena televisiva y que sentía la necesidad de cantarle a la gente en karaokes para no seguir sintiendo que todo el mundo lo apunta con el dedo por los errores cometidos en su pasado. Además que el escenario tiene esa mística que alimenta la imagen de lo que alguna vez fue, de lo que pudo lograr y que hace desaparecer lo que queda de él.
Las velas que iluminaban las mesas comenzaban a apagarse, la gente ya no hacía el mismo ruido que hace otra atrás y el garzón limpiaba la barra con uno de esos paños amarillos hediondos a humedad, tenía la clara intención de cobrar las ya incontables cervezas y cerrar su turno. Captamos el mensaje e intercambiamos números. Erick quiso conversar conmigo… Y le ofrecí una entrevista alejada de los medios, de los protocolos comunes y de los prejuicios. “Te prestaré dos cosas: Toda mi atención y una plataforma que te dará la sensación de desahogo”, le dije.
Cada uno tomó un taxi hacia diferentes lados de la ciudad mientras el sol quería abrirse paso en un flojo amanecer entremedio de la Cordillera. Tomé mi celular, le puse nombre a su número y sonreí con una falsa sensación de logro.
A pedido de Erick, algunos datos han sido modificados.