Está muy concentrado, escribiendo esa carta de amor, en papel; como lo marca la vieja escuela, como lo dictan los cánones del romanticismo, como debe ser, como siempre se ha hecho cuando se trata de asuntos serios del corazón.
Es el producto final, después de varios borradores, tachaduras, correcciones. Por fin queda una declaración de amor, a la altura de la reina a la que fue escrita, de a quien va dedicada, de esa perfección de la raza humana.
La lee de nuevo, sonriendo da su propia aprobación. La dobla perfectamente, la mete en un sobre en donde escribe el nombre de ella. La pone en su escritorio en donde la observa por varios minutos, después la toma de nuevo, abre un cajón... Y la guarda junto con otras cientos de cartas pulcramente escritas.