Esta
semana anduve por la bilmilineraria Cesaraugusta. Llevaba alrededor de medio
año sin pisar sus aceras, y la sorpresa que me he encontrado ha sido bastante
desagradable.
Me
he encontrado con una ciudad, vieja, abandonada, gris, ajada, y hasta en
ocasiones mal oliente. Me ha sorprendido
la desidia de sus aceras y sus calzadas: plagadas de baches y socavones. Me he
encontrado con unas aceras abandobadas a su suerte. He recorrido varias zonas de la ciudad para
comprobar si mi percepción era subjetiva o, por el contrario, era el latir
generalizado de la capital del Ebro. Lamentablemente he comprobado que el edema
es generalizado. ¿Dónde está la luz, cuidados y atenciones que respiraba en el
2008, cuando la urbe albergó la EXPO?
Más
de lo mismo me ha sucedido con sus conciudadanos. He visto caras tristes,
opacas, aturdiudas… gentes conformistas a las que se le nota un notabilísimo
grado de resignación. En resumen, me he encontrado una ciudad oscura y apagada;
y, como no puede ser de otra manera en estos casos, sus moradores respiran el
mismo aire. ¿Es éste el efluvio de un ayuntamiento inconsciente, alejado de sus
vecinos, y monolítico? Podría ser, si observamos su actitud ante la huelga de
la empresa de transportes urbanos que paralizó durante varias semanas a la
ciudad, y su alcalde fue incapaz de resolver.
Las
ciudades tienen que ser vivas, alegres, dinámicas, aunque no miren al mar. Pero
nada podemos esperar de una ciudad
aletargada en sus miserias y alimentada por un ayuntamiento incompetente,
incapaz de dar un solo paso en favor de sus ciudadanos. Recuerdo cuando otrora
se criticaba con dureza a cierta alcaldesa de esta misma ciudad porque
gobernaba a base de embellecer y decorar la ciudad de flores. Sin embargo, en
aquella época la ciudad ensanchaba más sus pulmones que en la actualidad, y la
alegría y la vida te la tropezabas en cualquier esquina. ¿Qué ha cambiado?
Las
ciudades inhalan los vientos que mueven la Casa Consistorial. Si en ésta se
respira alegría, interés por los ciudadanos, compromiso y ganas de trabajar, en
esa ciudad sus habitantes respirarán alegría, interés, motivación y un sinfín
de aires más que ahora no se aprecian en la Zaragoza de Pedro Santiesteve: un
alcalde más preocupado por su peinado que por aquello que realmente preocupa a
sus convecinos.
Marché
de Zaragoza ayer dejando tras de mi una grandísima estela de abandono, dejadez
y desidia. Al devenir los kilómetros, no puedo por menos que preguntarme qué
dirían aquellas mentes preclaras, como Agustina de Aragón, Miguel Servet,
Joaquín Costa, Pablo Serrano, Ramón de Pignatelli o Ramón y Cajal, si
contemplaran la pereza, apatia, desgana que se respira en la ciudad. Si esos
nombres darán brillo y esplendor de por vida a la ciudad y, en consecuencia, a
la comunidad autónoma, está claro que el nombre de Pedro Santiesteve también
pasará a la historia de la ciudad como aquel prócer ineficaz por naturaleza;
improductivo por derecho; y carente de sentido común que ha sumergido a la
ciudad en una niebla y en un chapapote eternos. Ahora, la solución está en
menos de los ciudadanos, y en las urnas. Que nadie se llama a engaño al dia
siguiente de la próxima convocatoria electoral. ¿Oído cocina?