Revista Talentos

Una de últimas noches (2)

Publicado el 12 julio 2011 por Tiburciosamsa

Después de una noche sin dormir, lo primero que hizo Roberto a la mañana siguiente fue entrar en el despacho de Jun. “Quiero que me lleves a P. Burgos, a los bares de tías.” Para su desgracia, justo esa semana Jun y su ex-mujer se estaban dando una segunda oportunidad y existe un consenso entre los consejeros matrimoniales que dice que ir de putas no es una buena idea cuando uno está pensando en salvar su matrimonio. Jun le dijo que no, que todo lo más le podía dar un par de direcciones y algunos nombres de buenas chicas. Pero Roberto era de los apocados. Si ya le costaba entrar en una farmacia y pedirle condones a la farmacéutica, de entrar solo en un bar de chicas ya ni hablemos.

Durante toda la semanase repitió la misma escena. Roberto entraba con los ojos rojos de insomnio y lágrimas en el despacho de Jun y le pedía que le ayudase y Jun se cerraba en banda. El último día Jun accedió finalmente. Lo había hablado con su ex-mujer que, siendo filipina, se había hecho cargo de la situación. “Si es por una buena causa, acepto que vayas a P. Burgos, pero te advierto que el que tiene que encontrar novia es él y no tú. Como me entere de que has hecho algo más que allanarle el terreno, te corto los huevos.”

Se dieron cita en la en la esquina de Arnaiz con Makati Avenue. Cuando Roberto subió al coche de Jun, se puso a hablar como un descosido. Que si le estaba muy agradecido, que cómo eran las chicas de los bares, que si había que presentarse antes de tocarles las tetas, que si les gustaban los altos y rubios como él, que… “ Mira, lo único que no les gusta son los rácanos y ahora cállate un ratito, que me distraes mientras conduzco.”

Apenas hubieran entrado en el primer bar y se hubieron sentado, les rodearon cuatro filipinas. “Jun, ¡qué bien tenerte de vuelta!” “Ahora soy bueno. Me estoy arreglando con mi mujer.” “¿No lo puedes dejar para mañana? Esta noche me apetecía…” “¡¡¡No!!!”, y la miró muy fijamente: “Pero dentro de un par de semanas hablamos.”

Roberto tenía sentada en una rodilla a una filipina pequeñita de Cebú y en la otra a una un poco regordeta de Negros. La de Cebú estaba jugando con su pelo, mientras que la de Negros le había puesto la mano en el muslo y era evidente que en cualquier momento pasaría a mayores. “¿Con cuál me quedo?” “No sé, elige tú mismo.” Tonteó con ambas y, ya fuera por inexperiencia o por tacañería, se olvidó de invitarles a unas copas. A los diez minutos sus rodillas volvían a estar huérfanas de compañía.

- Dijeron que se iban al servicio y no han vuelto.

- Ni van a volver. Te has comportado como el peor tipo de cliente: el que las marea a todas, no se decide por ninguna y encima no paga copas.

- Si no me explicas lo que hay que hacer…

- ¡Hay cosas que se saben! Mira, en este garito ya te han calado y ninguna se te va a acercar. Vamos a otro y acuérdate. Cuando veas una que te gusta, te lanzas a por ella, le invitas a una copa y a casa con ella.

A los cinco minutos se haberse sentado en el segundo garito. Roberto ya tenía una filipina en cada rodilla y a otra haciéndole un masaje en el cuello. Al menos ya había aprendido parte de la lección y les había pagado una copa a cada una. “¿Qué te parecen? ¿Con cuál te quedarías?” “No sé, tú eres el que se la va a llevar.” “Venga, dime cuál te llevarías.” “No seas pesado…” “Venga…” “Vale, la pequeñita de las tetas grandes”. “Pero es un poco vulgar”. “Llévate entonces a la delgada.” “Pero me gustan con más formas”.

A medida que fueron terminando sus copas, las chicas se fueron retirando, empezando por la del masaje en el cuello, que era la delgada. “Se han ido, Jun.” “¿Y qué querías si no te decidías?” “Bueno, ya sé qué tipo de chica quiero. Vamos a otro bar.”

Si sabía qué tipo de chica quería, ocultó muy bien la información. En cada bar, se repitió la misma escena. Roberto, cada vez más bebido, rodeado de chicas, tonteando con todas y no decidiéndose por ninguna. A las dos de la mañana, les echaron del “Giggles” porque lo estaban cerrando. “¿Y ahora adónde vamos?” “A casa. Es la hora de cierre de los bares y a estas horas todas las chicas estarán durmiendo con sus clientes.” “Pero, tío, es mi última noche en Manila, no me puedo quedar así.” “Eso díselo a las chicas y a los dueños de los bares.”

Emprendieron el regreso. Roberto iba cabizbajo. A Jun le pareció que estaba haciendo esfuerzos para contener lágrimas de rabia. En esto, al girar el coche para volver a Makati Avenue, encontraron a una chica haciendo la calle. Era alta y llevaba el pelo recogido en una cola de caballo. Las piernas eran largas y musculosas, pero casi pasaban desapercibidas ante las tetas descomunales que la camisa de tirantes que llevaba más que esconder, exhibía.

- Para, que ya me he decidido.

- Te estás equivocando.

- Tú lo que quieres es que no folle, ¿verdad?

Encogiéndose de hombros, Jun detuvo el coche. Roberto bajó la ventanilla y llamó a la chica, que se montó en el coche. Si Roberto no hubiera estado tan bebido ni tan obcecado, se habría dado cuenta de lo gutural que tenía la voz y de lo grandes que eran sus manazas. Jun no hizo ningún comentario. Simplemente se preguntó cómo terminaría la última noche de Roberto en Manila.

·**

A Tomás le conocía poco. Lo suficiente como para saber que era un hombre muy divertido y, a partir de la una de la madrugada y con dos gin-tonics encima, peligrosamente divertido. Tomás tenía algo de cerdo trufero, pero en su caso las trufas eran las farras. No se perdía una y mira que en Bangkok si hay algo que sobran son las farras.

En cuanto se enteró de que me iba, adivinó se habría farra y se sumó. “Como te voy conociendo, te advierto, que será una farra tranquilita, que mañana me tengo que levantar temprano,” le dije. “Faltaba más”, me respondió con la misma cara que pondría el Conde Drácula si le dijeran que le entregaban las llaves de un banco de sangre y que no hiciera tonterías.

Empezamos con una fiesta en casa de un amigo y terminamos donde teníamos que terminar: en un bar de niñas en el soi Cowboy. A los tres minutos de haber entrado, ya habíamos perdido a Tomás. Estaba junto a la barra agarrado a dos bailarinas y se movía tan rápido que hubo momentos en los que pensé que tenía ocho brazos, porque no era normal cómo estaba a todo: cuatro tetas, dos pares de nalgas, un güisqui doble y aún le quedaba una mano libre para rascarse el cogote. Más tarde desapareció también de ahí y fue apareciendo en los sitios más inesperados del garito, con las tías más esperables.

Ya llevaba veinte minutos sin verle, cuando le pregunté a Fernando, que le conocía mejor.

- Oye,¿y Tomás? Hace un rato que no le veo y me estoy empezando a preocupar.

- Tranquilo,- intervino José Luis.- Hace un momento fui al servicio y le vi.

- ¿Llevaba los pantalones puestos?- preguntó Fernando.

- Sí.

- Entonces, no pasa nada. Mientras Tomás lleva los pantalones puestos, la situación está bajo control.

Ahí fue cuando me empecé a preocupar.


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