Las dimisiones en la política, como en cualquier otro ámbito de representación, es una práctica poco acostumbrada en esta España nuestra donde se trata demasiadas veces de ‘sostenella y no enmendalla’, por encima incluso de criterios propios despreciados por el baranda de turno, machacados por la nomenclatura o, sencillamente, desautorizados por quienes se representa. Es aquello de mantenerse en el sillón con orejeras alcanzado, aunque éstas no te dejen ver ni tu alma. O, como se decía en las antiguas empresas cuando los puestos de trabajo eran de por vida y se opinaba bien poco, “días y ollas”. Y ahí los tenemos, en cualquier ámbito de nuestras instituciones – porque las pagamos con nuestros impuestos o cuotas-, dándole al trinque de lo ajeno con más cara que espalda, y acumulando prebendas para el disfrute de hoy y el mañana que vendrá.
Hablando de Esperanza
Antiliberalismo reinante
Hablamos de un país donde millones se alegraron de que Franco muriera en su cama y otros tantos lo lamentaron, igual que ha ocurrido recientemente con Carrillo, en infinita menor cuantía y salvando todas las distancias, claro, y sin querer establecer comparaciones entre uno y otro personaje – eso sería disparatado y otro debate-, pero que sólo fueron similares en esa circunstancia y en el común denominador, en extremos tan opuestos, de su radical antiliberalismo.
Hacia la esperanza
Lo de Esperanza Aguirre, sin embargo, da para otra lectura. Y es que sería bueno que creciera el ejemplo entre los políticos y asimilados de volverse a casa y a sus profesiones - ¡¿quéeeee?!- cuando haya que romper la propia honestidad al tener que hacer blanco cuando se piensa negro, para simplificar, por las razones que sean, o se sienta la impotencia de no poder hacer más. Y también sería bueno que lo hicieran a edades más tempranas, y no cuando ya se piensa que no hay años por delante para cambiar las cosas desde dentro, que es desde donde mejor se pueden intentar los cambios necesarios para evitar el gobierno de los mediocres o aventuras revolucionarias y saltos en el vacío que tanto daño han hecho a tanta gente en tantos ejemplos históricos. Así, al menos, se lo podrían pensar antes y, en lugar de tirar la toalla, pelear desde dentro de las instituciones y de la situaciones en vías de pudrición. Que es la única crítica razonable que se le puede hacer al valioso que se larga mandando a todos a hacer puñetas, porque entre ellos están sus representados, o votantes, según el caso.
Para terminar, la triste convicción personal de que los que aguantan carros y carretas con tal de permanecer en el cargo, no son, digamos siendo piadosos, los mejores y más honestos, ni los más eficaces y eficientes españoles en la defensa de los intereses comunes de todos. Entre esos personajes, los mediocres se podrían segar por abundantes. Otro día hablaremos de estos individuos que lo son por gobernación, oposición, omisión, subvención o mamandurrias y complicidades diversas, por muchas oposiciones, doctorados, o méritos corporativos y sociales que tengan o muy temprano que se levanten.
Ojalá hubiera mañana mismo una cola de mediocres dimitiendo en masa.Uff… ¡largo me lo fiais, Sancho!