Casi a las cinco. Casi a las cinco de la tarde se destrozó todo. "Bájate del coche", le dijo ella, "bájate". Y se bajó. Se quedó allí parado, como un autoestopista que no puede continuar el camino. "Bueno, tenía que pasar", pensó él. "Había sido así casi siempre".
Una hora atrás, ella había ido a buscarle. Él no se había duchado y ella conducía, con lo que todo ese asunto puede conllevar. "Siempre vas así, hecho un desastre". "Eh... Ten cuidado con esa rotonda, mete segunda". "Mis padres tienen razón con lo que dicen de ti, siempre pareces un escritor fracasado". "Si no aceleras vas a montar un buen atasco, acelera". "Y siempre vas con esa camiseta, ¿de verdad no tienes tiempo para comprarte otra?". "Cuidado, cuidado con el que te adelanta, ten cuidado, no te eches tan encima". "Y claro, seguro que ayer te volviste a emborrachar. Antes lo hacías para divertirte, ahora te diviertes haciéndolo". "Atenta, tienes que coger la segunda a la derecha. La segunda. Esta no. La siguiente. A la derecha. Derecha". "Y no es normal que me llames a estas horas, justo cuando había terminado de comer. Siempre tengo que venir cuando me llamas. No puedo vivir para ti".
Cogieron un desvío y se metieron por un camino de tierra. "¿Por dónde demonios quieres que me meta?", dijo ella. Había trigo y hierba seca. Él sujetaba una mochila roída, morada. Con las uñas negras y la barba de tres días. "Para, para aquí. ¿Me esperas? Serán cinco minutos. De verdad. Luego nos vamos". Se bajó. Cerca de lo que parecía un depósito de agua esperaba un hombre. Le dio la mochila. Se apretaron las manos y luego el tipo le señaló con el dedo índice. Luego al coche. Volvieron a apretarse las manos y el hombre se quedó allí. "Ya está, vámonos".
Nadie dijo nada. Los neumáticos crujieron aplastando las piedras del camino. Ella miraba por el retrovisor para no mirarle a él. Las dos manos sobre el volante. "Dime, ¿en qué lío te has metido ahora?". "En ninguno". "¿Y quién era ese?". "Un amigo". "¿De verdad?". "Claro que sí". Él miró por la ventanilla, luego escupió a la carretera. "Gracias por venir a buscarme". "De nada". "¿Ahora puedes llevarme a casa?". "Sí, claro". "¿Recuerdas dónde era?". "Sí". "Si quieres... puedes subir". "No, gracias". "¿Sigues con el tipo ese?". "Sí. Seguimos. Y no es un tipo". Ella le miró y él ya lleva un rato mirándola. "¿Eres feliz?". "¿Qué?". "Si eres feliz". Y tú, ¿eres feliz?". "No lo sé, nadie me lo había preguntado". "Yo estoy bien, de verdad". "Pero no pareces feliz". "Y tú qué sabes". "Se te nota. Has puesto el aire acondicionado en vez de bajar las ventanillas". "¿Qué? Ya te has encargado tú de bajarlas". "A eso es a lo que me refiero". "¿A las ventanillas? Pero tú qué sabes. Mírate". "¿Qué pasa?". "¿Por qué me preguntas si soy feliz? ¿A qué a venido eso?". "Qué demonios quieres que te pregunte". "Pues sí soy feliz, ¿vale? Y si he puesto el aire acondicionado es porque fuera hace un calor horrible". "Te echo de menos". "¿Qué?". "Que te echo de menos". "Bájate del coche, por favor, en serio, bájate". "Simplemente...". "Bájate ya". "De acuerdo, vale. Lo siento". "No vuelvas a hacerlo. No me vuelvas a llamar. ¿Vale?. No sé en qué andas metido, pero no me interesa. De verdad. Mi vida se ha vuelto normal, no la desclasifiques". "Perdón". "No me pidas perdón como si no supieras lo que estabas haciendo. Toda esta escena de película, el coche, la mochila, aquel tipo, todo eso, no va conmigo. No me va. Lo siento".
Y se bajó. Se quedó allí parado. Esperando y decidiendo qué hacer. Pensando. Tampoco él quería haberla llamado a esas horas. Pero qué podía hacer si era la única persona. Seguro que ella se había pensado que todo lo de la mochila era un asunto turbio. Pero en realidad era una tontería. ¿Y lo del coche? Bueno, una estupidez también. Debería haberse afeitado. Siempre se le olvidaba explicar todas esas cosas. Tenían una explicación. Pero a ella le ponía muy nerviosa no saber lo que estaba pasando. Y él tampoco quiso aclarar el asunto.