Revista Literatura

Una falsa percepción

Publicado el 10 marzo 2012 por Netomancia @netomancia
Es el sonido del violín el que lo perturba. Esa nota que se mantiene en el aire, suspendida, esperando entrar a un corazón en pena.
Levanta la mirada pero ya es tarde, lo sabe. La música lo ha puesto a llorar. Como cada noche, en la soledad de aquella habitación que supieron compartir.
Apaga el equipo de audio con resignación. El tiempo no cura nada y pareciera no avanzar.
Se queda allí mirando el techo, donde el ventilador proyecta sus aspas. En la sombra no se ve la tierra que cubren los largos maderos. La sombra tiene piedad, oculta la vergüenza.
¿Y si el tiempo en realidad no avanza? ¿Si acaso el tiempo es una entidad que no transcurre, una falsa percepción?
Por un momento se olvida del dolor. Ahora en su mente existe una duda. El tiempo existe porque el ser humano lo piensa. Los animales no saben de horas, meses y años. El hombre en cambio se apoya en esa idea y se deja arrastrar.
Piensa en ella, en su ausencia, en las palabras de sus amigos, en ese "ya pasará" que todos añaden tras la palmada en la espalda. Pero ahora entiende que no es así. Ella no murió hace un mes. Porque el tiempo no existe.
Murió y punto. El no se despegará de ese hecho. No deberá aguardar que transcurra una equis cantidad de días. Porque los días son una sucesión de soles y lunas, de un planeta inquieto que no para de girar. Pero el tiempo, en realidad, no tiene nada que ver.
Al no existir, lo atará por siempre a ese momento. Que en realidad, es el mismo momento que ahora vive. No hay pasado, no hay presente, no hay futuro. Es una misma cosa, que uno desglosa por comodidad, para crear un orden, una línea en la que cada cosa va detrás de otra.
Su comprensión lo asusta. Esa línea no existe. Todo está superpuesto en un mismo punto de la vida. Cada alegría, cada llanto, dolor, tristeza, risa, nacimiento y muerte. Todo empieza y termina allí, en ese punto. Sin ayeres ni mañanas.
Elisa muere en forma continua, mientras él respira. Y él muere desde que su madre lo parió. Y aguarda, allí al borde de la cama, que esa muerte vaya en su búsqueda para liberarlo de esa prisión.
El violín vuelve a perforar sus sentimientos. El equipo está encendido. ¿Pero cómo? piensa. ¿No lo apagué hace unos minutos? Y entonces hace una mueca. Qué tonto, qué forma idiota de razonar, se dice: El tiempo no existe, por lo tanto hace unos minutos no hizo nada. No se molesta en apagarlo. No sirve de nada, volverá a estar allí, como su amada Elisa no dejará nunca de morir, todos en el mismo punto de la existencia, superpuestos, condenados a la estática secuencia de la vida.

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