Una habitación propia y algunas reflexiones

Publicado el 16 marzo 2013 por Isi Lpp
Y así se da uno cuenta, gracias a esta abundantísima literatura moderna de confesión y autoanálisis, que escribir una obra genial es casi una proeza de una prodigiosa dificultad. Todo está en contra de la probabilidad de que salga entera e intacta de la mente del escritor. Las circunstancias materiales suelen estar en contra. Los perros ladra; la gente interrumpe; hay que ganar dinero; la salud falla. La notoria indiferencia del mundo acentúa además estas dificultades y las hace más pesadas aún de soportar. El mundo no le pide a la gente que escriba poemas, novelas, ni libros de Historia; no los necesita.
No le importa nada que Flaubert encuentre o no la palabra exacta ni que Carlyle verifique escrupulosamente tal o cual hecho. Naturalmente, no pagará por lo que no quiere. Y así el escritor —Keats, Flaubert, Carlyle— sufre, sobre todo durante los años creadores de la juventud, toda clase de perturbaciones y desalientos. Una maldición, un grito de agonía sube de estos libros de análisis y confesión. «Grandes poetas muertos en su tormento»: esta es la carga que lleva su canción. Si algo sale a la luz a pesar de todo, es un milagro y es probable que ni un solo libro nazca entero y sin deformidades, tal como fue concebido.
Pero para una mujer, pesé mirando los estantes vacíos, estas dificultades eran infinitamente más terribles. Para empezar, tener una habitación propia, ya no digamos una  habitación tranquila y a prueba de sonido, era algo impensable aun a principios del siglo diecinueve, a menos que los padres de la mujer fueran excepcionalmente ricos o muy nobles. Ya que sus alfileres, que dependían de la buena voluntad de su padre, solo le alcanzaban para el vestir, estaba privada de pequeños alicientes al alcance hasta de hombres pobres como Keats, Tennyson o Carlyle: una gira a pie, un viajecito a Francia o un alojamiento independiente que, por miserable que fuera, les protegía de las exigencias y tiranías de su familia. Estas dificultades materiales eran enormes; peores aún eran las inmateriales. La indiferencia del mundo, que Keats, Flaubert y otros han encontrado tan difícil de soportar, en el caso de la mujer no era indiferencia, sino hostilidad. El mundo no le decía a ella como les decía a ellos: «Escribe si quieres; a mí no me importa nada.» El mundo le decía con una risotada: «¿Escribir? ¿Para qué quieres tú escribir?» 

Una habitación propia - Virginia Woolf
Llevo últimamente un ritmo de lectura de estos que disfruto en verano. Voy a libro por día, y el último en caer ha sido el que empecé esta mañana y he devorado en cuestión de unas horas: Una habitación propia, de Virginia Woolf. He copiado por aquí ese fragmento del libro por especial y significativo. Ha sido de los que más me han gustado cuando estaba leyéndolo. Y debo decir a quienes no se han leído este ensayo que lo hagan, que le dediquen un poco de su tiempo, que no se arrepentirán.
Aprovecho, ya que estamos hablando de escribir, sus dificultades y eso, para reflexionar un poco. Porque, para variar en mí, tengo muchas cosas en mente, se me desbordan las letras por los folios (a veces caen a la mesa y todo) y tanta lectura me está haciendo pensar más aún. Y, para volver a variar en mí, soltaré las cosas tal y como me vayan saliendo, que ya somos todos mayorcitos y no vamos a andarnos con rodeos como si fuésemos tontos.
Gente que os dedicáis a tocarme la moral de cuando en cuando, esto va por vosotros. Antes de nada, permitidme la delicadeza de llamaros así, en genérico, y no dar nombres porque automáticamente me saldrían calificativos peores, y últimamente ando bastante creativa en eso. Esto es un poco para comentaros algo sencillo, no os preocupéis, seré breve: me doy cuenta, no soy tonta.
No hace falta que os explique, creo, que por cada expresión que me copiáis a mí, o a otros, o a quien sea; por cada post que escribís en formatos tan parecidos a los que yo cuelgo por aquí, en este mi blog, que juraría que son míos con otros nombres; por cada movimiento que hacéis para dar un paso en la misma dirección que yo, o para imitar algo que yo haya hecho, etc.; por cada intento que hacéis de pareceros a mí me parecéis más patéticos. Es de ser muy triste, patético y sin personalidad el fijarse en otra persona y seguir sus movimientos de forma obsesiva hasta copiar sus parpadeos.
¿Qué será lo siguiente? ¿Copiarme las expresiones, mi forma de nombrar a las cosas? ¿Imitar mi forma de escribir, de plasmar la realidad? ¿Poner cerezas o fresas en vuestros blogs?
Os confesaré algo, pequeñas criaturillas inocentes y tiernas: cuando vosotros vais yo vengo. ¿O si no por qué creéis que no cuento ni un maldito detalle de mis proyectos, ni siquiera sus nombres o argumentos? ¿Creíais que es cosa del azar o porque no tengo nada claro? Gorriones del campo, que os quede claro: la que escribe estas letras puede ser buena, puede escribir mejor o peor, pero no es tonta.
Si yo no defiendo lo mío, mi estilo, mi forma de trabajar, de desenvolverme, de manejarme, mi blog (no deja de ser mi trabajo, después de todo), nadie lo hará por mí. Lo último que pienso hacer es callarme porque "eso de denunciarlo en el blog queda muy mal de cara a los lectores" o por el qué dirán. El qué dirán nunca me ha importado, ahora menos. El qué dirán es un freno para los cobardes, y cuando alguien me hace hervir la sangre a fuego lento no me va a frenar con tonterías.
Y ahora llamadme lo que os dé la maldita gana por toda la entrada, por este estallido de rabia ante tantas gilipolleces. Pienso decir mi opinión le joda a quien le joda, y eso incluye decirte a ti, querida, que te cortes un poco, que tu forma de copiarme tan descarada se ve a kilómetros. En concreto, cuatrocientos cincuenta kilómetros.
Suena: Pathetic - Lamb of God