De repente se escuchó cómo algo rompía unos cristales y una gran rama viscosa y verde atrapaba a Minorpor la cintura y se lo llevaba por el hueco que el había helado, produciendo aquella sensacion de cristales rotos. Solo quedabamos Amatista y yo en la habitación. Giré sobre mis propios talones en dirección a donde se encontraba el Druida, debajo de la mesa de su escritorio. Le dediqué otra sonrisa endiablada y temible. El pobre viejo estaba atemorizado. Sabía que no quería hacerme daño , pero por desgracia yo no pensaba lo mismo, al menos en aquel momento.
-Oh, tranquilo. También tengo un regalo para ti-chasqueé los dedos de mi mano derecha y tras unos segundos delante de los pies de Amatista surgió una pequeña ramita que parecia una serpiente debido al movimiento que esta hacia al crecer. La planta serpenteó hasta llegar por encima del escritorio.-Que disfrutes-dije guiñandole un ojo.
Amatista me miró con ojos suplicantes, pero ni siquiera me detuve a contemplarlos.