“Verás, Pablo. Sucede que la vida en este país es como un supermercado. Te gusta la leche, ¿verdad? Pues bien. Hace muchos años, cuando tus abuelos eran jóvenes, un poco mayores que tú, se abrió un supermercado en el que se empezó a vender leche. La leche ya existía, por supuesto, pero no se comercializaba de aquella forma. Era todo nuevo. Existían dos tipos de leche, entera –como la que bebes tú- y desnatada –como la que bebo yo-. Hasta aquel entonces solo se podía beber leche entera, y estaba mal visto que alguien bebiese leche desnatada porque según los “enteros” no era buena para la salud. Los “desnatados” pensaban igual que los “enteros”, y en otros países dominaban ellos de igual modo, pero en este país no podían manifestarse como tal porque como la leche que bebían era mala, les pasaban cosas malas. Se morían o se iban del país o se recluían en cárceles. Tus abuelos eran muy dispares. Uno bebió leche entera y alcanzó la gloria, y otro bebió desnatada y ahora vive en Cuba porque allí la desnatada está más rica. Con el paso de los años se mantuvieron estas dos leches, hasta que un hombre que venía de Ávila –donde os llevaron de excursión en mayo- trajo una novedosa leche semidesnatada. Incluía lo mejor de ambas, o eso pretendía. ¿Por qué esta nueva leche? Porque las otras dos eran demasiado ácidas. Demasiado opuestas, aunque verdaderas en su composición. Te decían que tenían tantas calorías –eso que engorda y que hace que crezcas mucho- y las tenían. Este señor quería una leche con menos calorías pero que incluyese los beneficios también de la entera. Y así fue. Y en los supermercados todo cambió. Los enteros y los desnatados se hicieron más transigentes. Tanto, que con el paso de los años llegaron las mejoras, pero también los inconvenientes. Perdían su composición. Decían que seguían fabricándose a base de lo mismo que antaño, pero los niños como tú se ponían malitos al beberla. Todo se contradecía. La leche semidesnatada seguía ahí, pero ya nadie le prestaba tanto caso porque la entera y la desnatada se enfrentaban en una tediosa disputa acerca de los falsos ingredientes del otro. Se creó la leche de soja, la de calcio… Pero solo las bebían los hippies y los modernos, y algún que otro alternativo. Y a día de hoy, en el supermercado la leche entera y la desnatada son las predominantes, con altibajos en la semidesnatada, pero nada importante. Lo peor de todo es que la vida sigue igual. La gente no tiene dinero para comprar leche, y los que lo tienen no lo saben pero… Están bebiendo leche cortada”.
Una historia de la leche
Publicado el 15 junio 2011 por Anaesther“Verás, Pablo. Sucede que la vida en este país es como un supermercado. Te gusta la leche, ¿verdad? Pues bien. Hace muchos años, cuando tus abuelos eran jóvenes, un poco mayores que tú, se abrió un supermercado en el que se empezó a vender leche. La leche ya existía, por supuesto, pero no se comercializaba de aquella forma. Era todo nuevo. Existían dos tipos de leche, entera –como la que bebes tú- y desnatada –como la que bebo yo-. Hasta aquel entonces solo se podía beber leche entera, y estaba mal visto que alguien bebiese leche desnatada porque según los “enteros” no era buena para la salud. Los “desnatados” pensaban igual que los “enteros”, y en otros países dominaban ellos de igual modo, pero en este país no podían manifestarse como tal porque como la leche que bebían era mala, les pasaban cosas malas. Se morían o se iban del país o se recluían en cárceles. Tus abuelos eran muy dispares. Uno bebió leche entera y alcanzó la gloria, y otro bebió desnatada y ahora vive en Cuba porque allí la desnatada está más rica. Con el paso de los años se mantuvieron estas dos leches, hasta que un hombre que venía de Ávila –donde os llevaron de excursión en mayo- trajo una novedosa leche semidesnatada. Incluía lo mejor de ambas, o eso pretendía. ¿Por qué esta nueva leche? Porque las otras dos eran demasiado ácidas. Demasiado opuestas, aunque verdaderas en su composición. Te decían que tenían tantas calorías –eso que engorda y que hace que crezcas mucho- y las tenían. Este señor quería una leche con menos calorías pero que incluyese los beneficios también de la entera. Y así fue. Y en los supermercados todo cambió. Los enteros y los desnatados se hicieron más transigentes. Tanto, que con el paso de los años llegaron las mejoras, pero también los inconvenientes. Perdían su composición. Decían que seguían fabricándose a base de lo mismo que antaño, pero los niños como tú se ponían malitos al beberla. Todo se contradecía. La leche semidesnatada seguía ahí, pero ya nadie le prestaba tanto caso porque la entera y la desnatada se enfrentaban en una tediosa disputa acerca de los falsos ingredientes del otro. Se creó la leche de soja, la de calcio… Pero solo las bebían los hippies y los modernos, y algún que otro alternativo. Y a día de hoy, en el supermercado la leche entera y la desnatada son las predominantes, con altibajos en la semidesnatada, pero nada importante. Lo peor de todo es que la vida sigue igual. La gente no tiene dinero para comprar leche, y los que lo tienen no lo saben pero… Están bebiendo leche cortada”.