El hombre mira por la ventana del coche. Sonríe. Recuerda la conversación un tanto esperpéntica con su compañera de oficina. Sonríe poco, se dice, debería sonreír más. Se plantea que reír más veces al día debe ser bueno para la salud. "Deberían inventar pastillas que provocaran sonrisas, risas y carcajadas." Es curioso cómo puede cambiar el día gracias a una simple sonrisa inesperada.
Al otro lado de la ciudad la mujer también sonríe. No suele sonreír y cada día le cuesta más hacerlo aunque últimamente, en su cara se dibuja una pincelada de esperanza. Ha cambiado vaqueros por faldas cortas, se cuida más y tiene más tiempo para ella. La etapa de mamá casi a tiempo completo, "aderezada" con una jornada laboral de ocho horas, acabó ya. Su pequeñaja ha crecido y comienza a ser más independiente. La mujer comienza a tomar horas al reloj, unas horas que le pertenecen por derecho adquirido. "Qué mayor está... Ahora toca vivir", se dice mientras prepara una ensalada que comerá en la mesa de la cocina. Se acabaron los fritos, no quiere volver a usar vaqueros más que por gusto, no por obligación. No debería quejarse de su vida, que es rutinaria pero no mala. Conoce muchas personas que desearían estar en su piel. Pero aún así, no es feliz. "¿Quién puede afirmar que lo es?", dice en voz alta mientras da a su hija un cálido beso en la mejilla. La muchacha acaba de entrar por la puerta y sorprende a su madre mirando al infinito. "¿Mamá?", pregunta la joven extrañada. La mujer sonríe y añade, "cosas mías", y deja a la cría un tanto perpleja. Su madre es así, piensa la chica, mientras abandona la cocina y su madre continúa sonriendo y se dispone a preparar la comida del día siguiente.
Han pasado unas semanas. El hombre acude al trabajo y saluda. A ella le da los buenos días por e-mail. Ya es costumbre. Mientras espera la respuesta de su compañera, sonríe. La mujer contesta por el mismo conducto, sube la vista y le mira. Sonríen y así comienza su jornada de trabajo. De vez en cuando desayunan juntos; hablan de la vida, de la familia, de la rutina, de las prisas y carreras cotidianas, de que ójala se pudiera echar marcha atrás y "revivir" días. Sería tan maravilloso "descometer" errores... Sonríen de nuevo. Los días pasan.
Besos y caricias. Más sonrisas. Pasan semanas. Pasan la vida con sonrisas de mañana. Al llegar a casa, regresa la realidad como una bofetada. A ella ahora todo le parece distinto hasta las tres pero a partir de esa hora, hay más gris en su día. No le gusta ver su cotidianeidad de ese modo. Le asusta, esa es la palabra. Está abrumada por sonreír con un horario determinado. Hacía años que no sonreía tanto pero se repite que odia sonreír con horario. Toma conciencia de que eso tiene fecha de caducidad. El hombre... Un día deja de hablar a la mujer. Ella pregunta. Ha sucedido algo, ha pensado, ha buscado una solución, está confuso. Lo que antes era luz ahora se torna oscuridad. Ha reflexionado. Tiene mucho que perder. Es mejor parar antes de que algo comience...
Pasa el verano, llega el otoño, transcurre el invierno, pasa el tiempo.
Ella recuerda las sonrisas aunque a él ni siquiera lo ha vuelto a ver pues ya no trabajan juntos. Un día se arma de valor y le escribe. Quedan para tomar un café. Él sonríe, ella también. La mujer desearía preguntar tantas cosas pero sólo le pregunta una: "¿Fuiste feliz?" Y él responde: "Sí, fui feliz."
(continuará)