-Café sólo con uno desacarina por favor- pidió Ana al camarero.Matías era más clásico yse apuntó a su quinto café con leche de la tarde.
Ambos se obligaron en unprincipio a encontrar puntos en común de lo que hablar , de historias yanécdotas que arrancaran sonrisas al otroy que diese la buena sensación que merecía el momento. Intentaron evitarpor todos los medios aquellas típicas preguntas como…¿ A qué te dedicas…? ¿ Dedónde eres…? , ¿tienes hermanos?..., ¿estás casado…? Al fin y al cabo, latarde llevaba siendo surrealista desde que ambos fueron atropellados portandelirante situación.
Llegó la noche, Ana mirósu relojy se despidieron en la puertade aquel café…Matías se quedó mirando comoaquella extraordinaria y frágilfigura desaparecía por aquella calle cuesta abajo.
- Una de las mejorestardes de martes…- pensó Matías.
Miércoles café , sacarinay leche, jueves merienda de chocolate conchurros y el sábado galletas con café para el desayuno en casa de Ana…el domingo no salieron de aquel parque en el que se convirtió la habitación de Matías...
Ella se despidió con una caricia en la cama, con un :- ¡No, no te levantes! Has de recoger todas las hojas que han caído de los árboles...
Y él, ¿ qué contestar ante aquella poderosa mujer?,convencido de que sus palabras o gestos no servirían para nada ,simplemente se dedicó a pasar su brazo sobre las arrugas de la sábana y esperar a verla al lunes siguiente mientras en su cabeza oía aquella canción...