Hoy entré en un portal que olía a iglesia antigua de piedra, a ermita oscura con un Cristo perdido y vela blanca titilante. A banco de madera clara usado por las rodillas, limpiado con bayeta húmeda. Era la barandilla de las largas escaleras como el tacto silencioso del confesionario medio vacío, su única luz clara, la lamparilla blanca que acompaña el ábside viejo.