—¿Sí?
—¿Pablo?
—¿Qué pasa?
—¿Estás dormido?
—No, claro que no. Hablo en sueños.
—Perdona que te llame a estas horas.
—¿Qué pasa?
—Escucha, yo...
—¿Qué demonios pasa?
—He besado a un chico.
—¿Y para eso me llamas?
—¿Qué?
—¿Me despiertas para eso?
—Joder, Pablo, he besado a un tipo.
—¿Y por qué no me llamas mañana?
—Porque lo he besado hace 10 minutos. Lo siento mucho yo iba a...
—No, yo lo siento por ti.
—¿Qué?
—Que yo lo siento por ti. Lo mío tiene fácil solución.
—¿No te vas a enfadar?
—¿Enfadarme? ¿Por qué?
—Tú me quieres.
—Claro que te quiero. Pero has sido tú la que lo ha cagado. No es mi problema.
—¿No me vas a gritar?
—Es eso lo que más te preocupa, ¿que te grite?
—No quiero que me grites.
—No te gritaré. Quiero dormirme.
—Yo...
—Verás. No importa. Se te pasará con el tiempo. Descubrirás que no eres una zorra.
—No lo soy.
—Lo sé.
—No te volveré a llamar a estas horas.
—No me volverás a llamar.
—¿Qué?
—No me volverás a llamar.
—¿Nunca?
—No. No lo harás. Sé que estás arrepentida. Pero, joder, ¿a quién se le ocurre
despertar a su novio para decirle que le ha puesto los cuernos?
—Lo sé, yo...
—¿Era guapo?
—¿Qué?
—El tipo. ¿Era guapo?
—Sí. No sé. Creo que sí.
—¿Más guapo que yo?
—¡No, nunca!
—Qué imbécil.
—No me trates así.
—Yo te habría puesto los cuernos con una mujer mucho más guapa que tú. Joder, lo habría hecho. Te habría tenido respeto.
—No era feo.
—Eso espero. Joder, si pasa el tiempo y descubro quién era ese tipo... Si descubro que era rematadamente feo voy a volverme loco.
—No es feo. Te lo prometo.
—Júralo.
—Juro que no es feo.
—¿Está alguna amiga tuya por ahí?
—Sí. Sara. ¿Para qué?
—Dile que se ponga.
—¿Qué?
—¡Dile que se ponga! ¿Sara? ¿Sara? ¿Sara?
—Sí.
—¿Sara?
—Sí.
—Escucha.
—Dime.
—Aquel tipo. ¿Era más feo que yo?
—Bueno...
—No me mientas, ¿era más feo que yo?
—No, era más guapo.
—¡No me mientas! No le mires a ella a los ojos. Escucha. Era más feo, ¿verdad?
—Sí.
—¡Lo sabía!
—Escucha, Pablo. Tú eres rematadamente guapo.
—Espero serlo más que ese tipo.
—Por supuesto. Lo superarás, Pablo.
—Claro que lo superaré.
—Tendrás que salir adelante.
—Claro que lo haré. Me habéis despertado, ¿sabes?
—Lo siento. Fue idea mía.
—¿Que se liara con aquel tipo?
—¡No! Llamarte.
—Peor todavía.
—Perdona por haberte despertado para esto. De verdad que lo siento.
—No importa.
—Lo siento.
—Oye.
—Qué.
—¿De verdad crees que soy rematadamente guapo?
—Claro que sí.
—¿Sí?
—Sí.
—¿Y qué haces mañana?