lugar que por donde se mire es traumático, sin salida, por lo que, lo que
describiré en las siguientes líneas es para mi un esfuerzo máximo en volver a
la pesadilla indeseada.
Mi madre había recibido un pequeño monto de un finiquito de un trabajo
indecente que tuvo por un corto tiempo, y me había preguntado a mi si la
acompañaba a tomarnos unos shops a un pub del centro. Yo no tenía nada que hacer, y la idea ciertamente era buena, pues siempre me ha gustado la
cerveza...aunque ahora menos. En fin, harina de otro pan.
Justamente cuando nos disponíamos a tomar el colectivo, mi hermano llama al
celular de mi madre advirtiéndole que no salgamos, porque mi tía Carmen
venía de Santiago a modo de visita sorpresa para ver a mi madre.
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Entonces nos devolvimos a la casa y la esperamos un rato. Probablemente
llegó unos diez minutos más tarde, y aún no oscurecía. Era día de verano,
Febrero, y acá en Rancagua a las nueve aún no oscurece en ésa época.
Hace casi un año que no veía a mi tía Carmen, pero no la saludé de muy buen
gusto pues la última vez tuvimos nuestras diferencias. Diferencias que
aproveché de aclarar en ése mismo momento. Conversamos los tres, un cuarto de hora, si no fue más, y la terminamos convenciendo con mi madre de salir finalmente a alguno de los pubs del centro. Quizá para ellas dos el encuentro era motivo de celebración, para mi en cambio, las ganas las tenía de un comienzo.
Antes de volver a esperar colectivo, se nos ocurrió invitar a una prima y
aceptó enseguida. Ya éramos cuatro. Seis si sumamos a que mi hermano nos
esperaría allá con su amigo.
Terminamos dentro de un pub con música “en vivo”. Cantaba solamente un
tipo de buen tono, pero que desafinaba a ratos, acompañado de nada más que las bases de fondo de un disco, pues el trompetista que tocaba con él, ésa noche aún no llegaba. Cantaba de todo; de pop, pasando al rock, y clásicos de baladas.
De pronto al fin comenzó a entonar las letras de una de las canciones que me
gustan de Sui Géneris. Yo alcé las manos, cantando a viva voz para que el tipo me oyera y comprendiera que conocía la canción, pues nadie más parecía
conocerla, o al menos nadie cantaba.
—Mamá ¿Te acuerdas de ésta canción? —. El alcohol poco a poco comenzaba
a hacer su efecto en mi. Hacía un calor enorme, y la química que produce la
cerveza más la vista que tenía al ver a tanta mujer atractiva, elevaba la
temperatura.
Le preguntaba yo a la tía por mis primos, que cómo estaban y también por su
obeso marido al cual tanto cariño le tengo.
—Están todos bien, mijito. Matías está súper grande, y Jorge pelusón como
nunca.
De pronto llega un tipo con una especie de caminar que, se supone, debía
marcar acto de presencia, pero solamente se me ocurrió preguntar a mi prima
por “el bicho raro”. Bicho raro que resultaba ser el trompetista compañero del
tipo que cantaba, solo que el primero venía llegando atrasado, para variar.
Se acomodó más que rápido en el pequeño escenario y su instrumento brillaba
casi como si hiciera el trabajo por él mismo, y a pesar de que hacían una
amena dupla, solamente a nosotros se nos pudo haber ocurrido sentarnos
justamente debajo de los inmensos parlantes por donde despedían toda la
energía de la voz del tipo y el corazón de aquella trompeta.
Para oírnos tuvimos que comenzar a gritar.
—¡Ahí viene el Ernesto! —. Dice mi madre al momento que veo a mi hermano
junto con su amigo que venía acompañado de paso con su pareja. Yo no la
había visto nunca en mi vida.
Éramos siete personas acomodadas de alguna manera en una pequeña mesa.
Todos gritando para alcanzar a oír lo que hablaba el otro, o tomando como
último recurso el susurro al oído.
Mi hermano se aburrió y recomendó que fuéramos a otra mesa, más cerca de
la entrada. Cuando nos pusimos de pie, el mozo que nos atendía se nos acercó rápidamente con ojos dudosos pensando que nos íbamos sin pagar, y los guardias para qué contar.
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En ésa nueva posición, no alcanzábamos a ver la mitad de todo el local, pues
un muro enorme de mármol, al parecer mal posicionado para la ocasión, nos
lo impedía. Yo que andaba solo aquella noche, lo que maldecía era que las
mujeres guapas no rondaban, y en nuestra mesa vecina se ubicaron un grupo
de unas cinco o seis mujeres. Ninguna de ellas agraciada... o quizás sí, la que
miraba yo.
Independiente de todo, mi hermano se despidió porque él estaba comprometido de ir a otro lugar con su amigo y su pareja, y finalmente
nosotros también tomamos la misma decisión.
Camino en dirección al norte, a un paso de llegar a la Alameda vimos un local
de comida china. Con el hambre que teníamos no dudamos y pedimos
arrollados de primavera, wan tan, carne mongoliana y otra cosa más que no
recuerdo. El alcohol...la excusa barata.
Era curioso pensar que aquella casa, que era ahora un local de comida rápida
oriental, fue en el pasado la casa de un cura que murió hace años, y que luego pasó a ser la casa de mi abuela. Me pregunto si las señoritas que atendían tenían una sola idea de la cantidad de ruidos raros que se escuchaban por las noches, especialmente en el cuarto donde dormía el difunto cura.
En el viaje de vuelta a casa, veníamos contando entretenidas situaciones al
amigable chofer del colectivo.
Apenas nos bajamos, mi prima se fue rápidamente a su casa. Decía que ya era muy tarde.
2.56 a.m.
No se me ocurrió mirar la hora antes.
Mi mamá se acostó con su hermana en su cuarto. Yo vine al mío propio, y
pensé en revisar mi email. Estaba conectada una persona la cual por aquellos
días le escribía mucho. Decidimos vernos en webcam.
03.30 a.m.
Estaba bonita, como siempre. Yo no, pues traía cara de estar un poco tomado, quizá, y con sueño. No puedo recordar de qué conversábamos, pero
seguramente me la ganaba con frases que olían a clichés baratos.
Y de pronto sucedió.
Mi webcam se cerró repentinamente. Luego la webcam de ella. Luego se cerró
nuestra ventana de conversación, y el computador comenzó a dar el mismo
proceso como cuando lo apagas.
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Se cortó la luz de la casa, se fue la energía. Todo se volvió negro. En el patio
se encendió la alarma del auto, y entre la poca visibilidad que tenía pude
notar cómo el monitor se movía, tiritando, de un lado a otro. Mis pies
comenzaron a sentir un balanceo indescriptible y las ventanas de mi cuarto
con el mismo tiritón y el ruido aquél que hacía. Los perros de muchas casas a
la redonda aullaban en conjunto. Poco a poco la sensación en mis pies
comenzó a tornarse más brusca. Después ya no tuve dudas.
<<¡Dios mío!>>
Es cierto que muchas veces vez en la tele lo que debes hacer en caso de un
terremoto, dónde aguantarlo con la máxima calma posible, que el triángulo de
la vida, que la seguridad es primero, que debajo de las puertas, que debajo de
las mesas...Ideas que se van absolutamente a la mierda cuando tienes un
terremoto de madrugada, y quedas a ciegas, sin luz.
Me apresuré al cuarto de mi mamá y escuché, mas no vi, que mi tía Carmen
gritaba y lloraba. Y lloraba y gritaba. Los accesorios de belleza de mi mamá,
sus cremas, sus perfumes y colonias, los libros arriba de los muebles se caían,
y caían y volvían a caer, y romperse. Algunos aguantaban la caída, quizá...no
podías saberlo. Mi mamá callada.
Intenté visualizar en mi mente la situación, así que me dirigí decidido al fondo
de la cama y les grité que se acercaran a mi estirándome sus brazos. Cuando
logré tocarlas, comprendí que no podíamos hacer otra cosa que quedarnos en
ése mismo lugar. De alguna forma buscar la salvación en aquél cuarto. No
había tiempo.
—¡Tírense al piso! —. Grité tan fuerte como pude. Y quedamos los tres
arrodillados. Yo al medio y las tenía a ellas dos bajo mis brazos. El movimiento
no cesaba, y las oraciones de mi mamá comenzaban a volverse ruegos, los
gritos de espanto de mi tía me ensordecían. De pronto la tierra, casi como
rabiosa, aumentó el movimiento de manera considerable y nació un ruido que
venía desde el suelo. Era...era un ruido “mudo”. Realmente. No hay palabras
para explicarlo. Sentí cómo se taparon mis oídos .Era como escuchar un
taladro enorme incrustado en la tierra y que había comenzado a hacer su
trabajo, girando y girando. Haciéndose espacio hacia la superficie.
Azoté mi frente contra el muro, y me di cuenta que con la fuerza del
movimiento seguramente el ropero que estaba detrás mío nos caería encima.
No podía permitir que éso nos pasara a los tres, por lo que con mis brazos las
empujé a ellas dos por debajo de mi cuerpo. La idea era que si caía, que me
cayera a mi, en mi espalda. No pude pensar en otra cosa.
De pronto se terminó...
Y al fin, ciento cuarenta segundos después, miles y miles de gritos de
espanto, de llanto y de terror se formaron en uno solo. Eran vecinos, gente
que no conozco, y gente de más allá. No era como cuando las personas
celebran algo en un estadio, acá el ruido de la gente era distinto, asustaba
porque eran tantos y tan variados los gritos...Pero gritos al fin y al cabo.
Cuando salí, mi vecina estaba llorando. Los vecinos del frente lo mismo.
Algunos grupos de personas estaban reunidas en un estacionamiento. Muchos
vehículos estaban allí también. Abracé a mi madre cuando se atrevió a salir.
El aire que había era extraño, pues era tibio pero corría mucho viento. Y el
cielo era rojizo, igualmente la luna, pues toda la tierra, polvo y suciedad se
había elevado.
Los gritos no cesaban. Algunos estaban en el piso desmayados. La escena era
aterradora.
De pronto, sin más:
Una tremenda réplica. Un sismo casi tan grande que de no haber existido el
primer terremoto, aquella réplica hubiese sido mirada como terremoto por
igual.
Luego vino lo que quizá para algunos fue lo que significó la verdadera
pesadilla. Y es que no había comunicación. Las llamadas para teléfonos
locales-fijos no funcionaban, y celular mucho menos. Oír a la operadora
informándote que la llamada no podía ser entregada era como una manzana
atorada en la garganta.
De pronto se me ocurrió buscar sintonía radial con mi celular pero solamente
el alcance a.m. funcionaba...Y a duras penas alcancé a oír “algo”. Entre lo
poco y nada, se distinguió un lejano
¡Terremoto grado 9.0 escala de richter en Chile con epicentro en la
ciudad de Concepción.!
¡Atención que en éste mismo momento estamos sintiendo otra répli...!
La tierra comenzaba a zambullirse nuevamente. No eran temblores suaves,
eran bruscos directamente.
Más de cien aquella madrugada.
Y se iba la señal.
Los intentos por seguir comunicándose eran imposibles y en más de
trescientos, la carga ya comenzaba a agotarse.
El resto de aquella madrugada la pasé tragándome réplica a réplica en un
estacionamiento sentado con mi madre, mi tía y un par de vecinos.
Al otro día supimos del maremoto en el sur...
Supimos también que alcanzó a sentirse en Argentina, Brasil y Perú.
Todo pasó un puto 27 de febrero.
R.F. Yáñez.