Te vi una mañana. Una mañana de esas en que no esperas nada especial.
Sales al mundo con cosas por hacer, sintiendo que será un día como otros, repitiendo lo mismo como tantos días de tu vida.
Estaba con mi mente absorta del mundo que me rodeaba, siguiendo los pasos que tantas veces había dado.
Me detuve a esperar en uno de los sitios donde tenía que hacer algo de lo previamente planeado para el día.
Mientras espera busque entre mis cosas los papeles que necesitaba para tenerlos listos cuando llegara el momento.
Había mucha gente que iba de un lugar a otro esperando solucionar algún asunto pendiente, entraban y salían buscando el lugar adecuado para arreglar lo suyo.
– ¿Este papel es suyo? Lo he visto caer cuando pase por su lado.
Oí una voz de hombre fuerte pero melodiosa, cerca de mí.
Me volví hacia la voz y te vi, me mirabas con una mirada entre preocupada y amable.
– ¡Oh! Gracias, es cierto, es mío. Mil gracias de nuevo.
-Por nada, se lo importante que son a veces los papeles y perder alguno puede ser un gran problema.
Tus ojos se encontraron con los míos y se quedaron presos, ambos sonreíamos con los ojos y nuestras bocas se sumaron con una sonrisa inmensa.
Lo supe inmediatamente, tu alma y la mía se reconocieron, no puedo decir que sintieras lo mismo que yo, pero tus ojos me decían cosas que yo entendía.
Fue muy fugaz nuestro encuentro, pero suficiente para reconocerse. Quizás no estés en mi futuro, pero en mi renació un sentimiento olvidado. Quizás no vuelva a verte y entre nosotros solo medie un saludo fugaz, pero volví a sentirme viva y supe que volvería a amar, que volvería a confiar, que volvería a entregar mi corazón.
Me distes los buenos días y te respondí lo mismo, te alejaste y te seguí con la mirada hasta perderte entre la gente.
Hoy te vi, y volvió la esperanza a mi vida, volví a ver que los días no tienen que ser iguales y que a pesar de todo cada día puede ser un misterio.