Después de varios meses, por fin he comenzado a salir a pasear con mi perra. Entre unas cosas y otras habíamos dejado aparcado lo de dar una vuelta (teniendo jardín no quise correr riesgos de ningún tipo con el tema de la pandemia) y ahora se ha convertido en parte de nuestra rutina recorrer el parque cercano a mi casa.
Por desgracia, lo de recorrer distancias largas a pie no es algo que me sienta bien a largo plazo (cosas de llevar una prótesis en la pierna derecha). Pero es algo que disfruto cuando lo hago con calma y a un ritmo que sé que aguantaré de sobra. Y más aún si la que me acompaña durante ese tiempo es mi perra. Posiblemente, ni siquiera saldría a pasear si no fuera por ella. Me da motivos para disfrutar de la naturaleza; ambos nos lo tomamos con tranquilidad, curioseando, descubriendo lugares nuevos de vez en cuando, observando las ovejas que vemos a veces, etc. Cualquiera que me viera hablar con ella como si tuviera una conversación me tomaría por loco. Y sin embargo, siento que es capaz de entenderme.
Ya son 10 años más o menos los que lleva conmigo y la diferencia entre cuando era jovencita y lo señora que es ahora es abismal. De tener que echarle la bronca constantemente y de tener que alzar la voz para que me escuchara a echarle una simple mirada con la que es capaz de entender lo que quiero de ella. No tiene precio.
Siempre envidiaba a esas personas mayores que paseaban con sus perritos sin correa y que veías que cada uno iba por su lado. Al dueño lo tenías delante y al perro a 100 metros detrás, paseando a su propio ritmo u olisqueando y curioseando todo, pero sin molestar a nadie. Tenía ganas de llegar a esa complicidad y confianza con mi propia mascota, pero lo veía como algo imposible. Sentía que para ello debía dar con un perro que conectara conmigo y que eso no era algo fácil de alcanzar. Hasta que llegó Lila, la viejita, la de 9 años más o menos. Antes de eso hacía lo que quería (aun hace lo que quiere si me despisto un poco, pero bueno). A día de hoy tenemos esa conexión que envidiaba y sé que ella puede ir por delante o por detrás de mí sin causar ningún problema. Sé que si por ejemplo está olisqueándose con otro perro y yo la llamo, vendrá al momento. Incluso sin tener que llamarla, si continuo paseando tranquilamente, ella tarde o temprano me alcanzará y volverá a estar conmigo. Es algo de lo que estoy muy orgulloso, haber llegado a ese punto no es fácil en muchos casos y nosotros lo hemos conseguido.
Tal es la conexión que tenemos que cuando ella se mete entre los arbustos a curiosear y dejamos de tener contacto visual durante un buen rato, ambos nos movemos de tal manera que nos podamos ver.
Pasé de tener una perra alocada, llena de energía y con ganas de juego a una perra alocada, llena de energía y con ganas de juego, pero que me entendía cuando le echaba una mirada cómplice. Su carácter al fin y al cabo es así, esos nervios y esa curiosidad forman parte de ella y no es algo que pueda reconducir. Tampoco sería divertido para mí tener un perro aburrido y sedentario teniendo en cuenta como soy yo. Ella es capaz de seguir sorprendiéndome de vez en cuando con cosas que no la esperaba capaz de hacer, y consigue animarme un montón con ello.
Recuerdo que hace varios años escribí sobre mantener cierta distancia entre mascota y dueño para no sufrir ese dolor que nos dejan al fallecer. A día de hoy mandaría a la mierda esa opinión, la descartaría por completo y escribiría algo como lo de hoy. He creado un vínculo precioso con ella, aquellos que nos ven lo aprecian, y yo me siento orgulloso por haber conseguido algo así tras todas las locuras que hemos vivido juntos. Soy consciente que tarde o temprano me dejará y me dolerá, pero nunca tomaré distancias para evitar el dolor. Lo asumiré y me quedaré con todo lo bueno que me ha dado durante todos sus años de vida.
#NuncaDejéisDeSonreír