Ya aterrizamos en la deseada Navidad para muchos, y tan temida para otros. Esta época la llenamos con la misma ilusión con la que abrimos un regalo o esperamos la llegada de un hijo, de alguien especial, lejano o cada vez más cercano.
Sin embargo, a todos nos atrapa alguna vez la Navidad de las ausencias. Ese vacío que no llenamos ni con la copa del vino más exquisito ni con un manjar que saboreemos por días, ni siquiera con la cálida misiva de un amigo. La ausencia nos conecta con el dolor, el desconsuelo, la nostalgia, la desesperación por no tener a la persona amada, soñada o deseada.
Cuando la muerte nos arrebata a un ser querido, aquella silla vacía o el silencio de aquella llamada donde se apagó para siempre una voz, devora las entrañas hasta hacerse insoportable vivir o incluso desear lo que tan comúnmente se escucha en estas fechas: “Quisiera dormirme y despertar en enero.”
En esta víspera de la nochebuena, tan distinta para mí a las demás, pensé en los que partieron, no me atrevo a decir que no están. Imagino que iniciaron “su gran viaje” y desde allí deben estar pendientes de cómo nos sentimos, qué hacemos, cuál es el mensaje que atesoramos con sus vidas y si con este amargo adiós, lograron enseñarnos algo. Hoy pienso muy especialmente en mi padre, mis abuelos y un entrañable amigo, y trato de observarlo todo desde el cielo que comparten.
Esa mirada fija al infinito, me ha permitido agradecerles profundamente su paso por mi vida. Me sentí aliviada de que pudieran estar juntos, porque en vida, también sufrieron cuando cuando sus seres más queridos partían. Y hoy, un homenaje hacia ellos es brindarles mi alegría, porque quisieron vivir, supieron amar, aprendieron a dar más que a recibir y en mi corazón latirá por siempre el suyo. Porque cada paso que doy y cada acierto, es un logro que también les corresponde. Porque desde su limpia mirada hacia la nuestra, ellos continúan ofreciéndonos su amor y su guía.
Por supuesto que llorarlos es bueno, pero no demasiado tiempo… Extrañarlos es sano, pero no porque los sintamos tan lejanos. Si muriera hoy, quisiera ver a los míos felices el resto de sus vidas, aprovechando cada instante y llevando un poco de mi luz en sus caminos. Si muriera hoy, no podría más que enviarles dosis de alegría y motivos para sonreír, para que nunca les faltaran las ganas de seguir, el ansia de VIVIR.
Siento la inspiración de quienes nos dejaron esas sillas vacías pero el corazón tan lleno. Es un compromiso seguir haciéndolos reír tal como ellos lo hicieron cuando vivían, es necesario decirles cuán agradecidos estamos, cuanto los amamos y que por eso, esta Navidad y las que sigan, brindaremos, lloraremos, reiremos y elevaremos nuestras copas y nuestra mirada al cielo. El Universo es sabio y poderoso, y nunca perdemos sin recibir muchos de sus mágicos instantes. Uno es aquel donde podremos verlos con los ojos del alma y su amante corazón, nos tocaremos…
¡MUY FELIZ NAVIDAD! para ti que me lees, que amas, que sientes, que vives… Y muy especialmente para quien se te fue por un tiempo de tu vida pero jamás de ti.
©Nuria Caparrós Mallart