Puedo imaginar a Kenneth pidiendo permiso antes de una pincelada. Su arte es tan delicado que quiere pasar desapercibido. Su belleza vuelve transparente toda estética. Para él la diosa era la luz, no la línea. Y un equilibrio de siesta y de brisa. Kenneth Rowntree nos dejó contemplaciones silenciosas, un aroma de coñac, un suave canto de grillos en los ojos y en el alma.