Hace algunas semanas empecé a escribir mi próxima novela, todavía sin título. Hasta ahora no he podido dedicarle el tiempo necesario para que avance al ritmo que sería deseable, ya que mi intención es acabarla antes del verano, pero tengo bastante claro cómo se va a desarrollar y creo que a partir de ahora seré mucho más constante, así que es posible que durante un tiempo me veáis menos comentando en otros blogs… Voy a tener que aprender a priorizar, porque me temo que no voy a ser capaz de sacar tiempo para todo. Ya duermo poco, y creo que mi salud no va a admitir que le reste aún más horas de sueño.
En fin, que aquí os dejo un fragmento de la novela, en el que presento a Lorena. No es la protagonista, pero sí va a ser uno de los personajes principales. Espero que os abra el apetito por querer saber más.
Lorena tenía tres empleos: por las mañanas limpiaba en el aeropuerto de El Prat. Cuatro horas de lunes a viernes. Por las tardes atendía en una tienda de ropa de L’Hospitalet de Llobregat, y los fines de semana era encargada en una panadería del centro de Barcelona.
La tarde del domingo era el único momento libre de la semana, que aprovechaba para estar con su hijo Raúl, que acababa de cumplir cinco años. Tenía la sensación de que no lo estaba criando ella. Suerte de sus padres… Pero tampoco había otra opción. No en aquel momento de su vida. Necesitaba el dinero; tres empleos que le proporcionaban poco más de mil euros mensuales que necesitaba hasta el último céntimo. No se quejaba. De hecho, en aquel momento de su vida, agradecía esa sobreocupación. Desde que el cabronazo de Matías la dejara, sin explicación, no podía pasar más de cinco minutos a solas sin empezar a martirizarse. Necesitaba mantenerse ocupada… Lo peor eran las noches. No se acostumbraba a dormir sola en una cama tan grande, y aunque permitía a Raúl dormir con ella, no era lo mismo. Sí, sabía que estaba educando a un niño consentido, un niño que dormía con su madre y al que sus abuelos le concedían todos los caprichos. No tenía fuerzas para enfrentarse a ello, no en aquel momento de su vida. ¿Quién podía reprocharle a un niño de cinco años que no se acostumbrara al abandono de su padre? “¿Cuándo volverá papá?”, le preguntaba cada noche. “No lo sé… Ha tenido que marcharse a trabajar muy lejos”. Una mentira que el propio niño sabía que lo era, pero que evitaba a Lorena tener que dar explicaciones que no quería, no en aquel momento de su vida.
Quería superarlo. Estaba cabreada. Odiaba a aquel desgraciado… Pero quería superarlo. Él no se merecía tener el poder de condicionar su vida, así que Lorena iba a superarlo. Requeriría su tiempo. De momento estaba en la fase de no querer pensar en él, y si bien no siempre lo conseguía, procuraba mantener su mente ocupada. En el trabajo era fácil distraerse, y estar en contacto con otras personas le ayudaba. Pero en casa tenía que buscar algo… La televisión le producía náuseas, con la lectura acababa por desviar la mente hacia su tragedia personal, escuchar música o la radio también eran actividades solitarias que acababan fracasando… La solución la encontró en la escritura y, concretamente, en la escritura por Internet. Una noche empezó a expresar sus inquietudes sobre un papel y al acabar se sintió liberada, así que llegó a la conclusión de que quizás compartiéndolas con más gente la terapia sería más efectiva. Y eso hizo. Abrió un blog para, al principio, poner a parir a su ex y, conforme iba escribiendo artículos, exponer todo tipo de pensamientos. Tras cada “sesión” se iba a dormir mucho más relajada, y por la mañana iniciaba la rutina diaria pensando en lo que escribiría por la noche.
Pronto se dio cuenta de que otras identidades virtuales, personas que en su mayoría ocultaban sus miedos e inseguridades tras imágenes y nombres falsos, que se refugiaban en la compañía a distancia, se interesaban por lo que ella escribía. Fueron llegando por goteo: una un día, otra al siguiente, un par más unos días después… hasta que alrededor de su “paseo por la vida” se conformó una comunidad bastante numerosa de almas maltratadas, desconsoladas, desesperanzadas, necesitadas de comprensión… De esta forma, Lorena se convirtió sin pretenderlo en una especie de consejera vital a cuyas palabras se agarraban esos espíritus atormentados para querer volver a creer en su futuro. Y eso, definitivamente, le ayudó a recuperar la confianza y la seguridad en sí misma. No pudo evitar sentir que se erigía en portavoz de todas aquellas personas, y comprobar que había tanta gente con historias bastante peores que la suya propia le hizo relativizar su desgracia.
Aquella noche, en su habitual ronda por la blogosfera, descubrió por casualidad a una nueva alma perdida. Su historia era terrible: su hijo había muerto en un accidente, su mujer lo había dejado y para colmo acababa de quedarse en paro… ¿Cómo confortar a alguien que lo ha perdido todo? No pudo evitar dejarle un mensaje. Con otras personas había funcionado. Sentir que no estás solo, que hay más gente que conoce el sabor del dolor para el que no existe analgésico que funcione, es el primer paso para agarrarse al hilo con el que coser las heridas. A ella le había servido. A muchos de sus amigos virtuales también. Algunos incluso estaban saliendo adelante: corazones rotos que recuperaban las ganas de amar; almas destrozadas por pérdidas dolorosas que aceptaban que la muerte forma parte del ciclo vital; víctimas del desprecio que empezaban a recuperar la autoconfianza… La casuística era muy diversa, pero no recordaba un caso tan terrible como el de aquel anónimo que acababa de abrir un blog sin título, sin datos de contacto, sin nada más que aquel texto que ella tomó como un grito de auxilio. Un grito ahogado, casi sin intención de que fuera escuchado, que parecía escrito más para sí mismo que para ser leído por otros. Pero cuando uno publica algo en Internet sabe que, por vasta que sea la red, cabe la posibilidad de que se cruce en el camino de alguien.