No pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento. Aquel timbre sonando a sentencia, elevó su presión arterial y aumentó las pulsaciones de su vengativo corazón. No existía escapatoria, de modo que se entregaría y al fin conseguiría dormir, aunque fuera en una maldita celda. En lugar del hombre, la desesperación y el remordimiento abrieron la puerta.
-Buenas noches –dijo un jadeante policía, mientras recuperaba el aliento apoyado en el quicio de la puerta.
-¡Sí: fui yo, fui yo! –le interrumpió-. La maté. ¡Espóseme ya y acabemos, joder!
El agente -sorprendido pero eficaz- calló la pregunta de su mente y detuvo al asesino de Lucía Sánchez, la infiel esposa de aquel desgraciado. Sin duda alguna, un crimen de sangre era más importante que la persecución del astuto carterista que -escondido al final del pasillo- observaba divertido la escena…