Revista Talentos

Una segunda oportunidad

Publicado el 17 abril 2015 por Aidadelpozo

Ana contempla su rostro, no sin cierta dificultad, y sonríe frente al espejo. Visita sus surcos como cada mañana, con su mano temblorosa. Ya no los cuenta, son demasiados.. Tampoco le importa tenerlos. Sin sus gafas, su imagen no es nítida y eso es una ventaja.

Hubo una época en que le preocupaban sus arrugas y al segundo se arrepentía de haberse observado con tanto detenimiento, con una mueca de disgusto que la acompañaba durante un buen rato. Dejó de preocuparse en contarlas cuando decidió acabar con la vida que llevaba. Sucedió un día, hace ya más de diez años. Se despertó antes de que la alarma del reloj anunciara el comienzo de la jornada y no halló a su marido en la cama. Le pareció que hablaba en el baño y acercó la oreja a la puerta. Charlaba con alguien, susurrando. ¿Tan temprano?, se dijo. ¿Quién se levanta a las cinco de la mañana para llamar por teléfono? Ese día viajaba, solía hacerlo a menudo por su trabajo, aunque últimamente lo hacía mucho más. Oyó que él se despedía y se fue de puntillas a la cama para que no la descubriera espiando. Se hizo la dormida y al cabo de muy poco sonó el despertador. Meses más tarde confirmó sus sospechas. Él se fue de casa meses después, sin más explicación que la del amor agotado. Se llamaba Miriam y era su compañera de trabajo. Tenía la frescura que dan los treinta y la complicidad de decenas de horas compartidas en la oficina. Era, se dijo ella, inevitable. ¿Qué podía hacer el hastío contra la primavera?

Se quedó con la casa y con el utilitario, ese que él le regaló por su treinta y cinco cumpleaños. Su marido se llevó la colección de música, las películas, un par de cuadros y poco más. Pero lo más importante es que se llevó sus ganas de volver a amar. ¿Cómo volver a confiar, cómo?

Con cuarenta y dos años, después de ver nacer al primer hijo de su ex marido (ellos no habían podido tener descendencia) y con una vida aburrida, poco tenía que esperar de lo que le quedaba por caminar. Perdida la esperanza, aquella consistía en trabajar, quedar de tarde en tarde con los pocos amigos que conservaba de su vida de casada y con algunos que se habían incorporado a la nueva, leer o escribir. No era dada a ir sola a los sitios pues estaba acostumbrada a salir acompañada. Un museo, el cine, o un simple paseo se le tornaba un reto complicado de superar.

Tres años después, Alicia, una compañera de trabajo, le anunció que entraba en el club de los divorciados. Se lo confesó serena y relajada pues, en su caso, fue decisión propia y esas, sin duda, eran más llevaderas que las decisiones en las que no se participa. Desde ese momento, la vida de Ana cambió radicalmente, al introducirla Alicia en su círculo de amigos singles. "Qué palabreja tan ridícula", se dijo entonces.

Entre los amigos de su compañera se hallaba un hombre de unos cincuenta, con buena presencia y mirada limpia, que le llamó especialmente la atención por su cordialidad y simpatía. Congeniaron enseguida y un par de semanas más tarde, habían quedado ya para tomar un café fuera de las salidas habituales del grupo. Tras varios cafés más y un par de comidas, finalmente, la invito a ir a su casa. De eso hacía ya más de diez años.

El hombre aparece en el cuarto de baño y mira a Ana con una sonrisa en los labios.

- Deja de mirarte tanto, mujer, sigues siendo preciosa.

- ¡Si ya no puedo casi verme sin gafas, Manu!

- Querida, el tiempo pasa pero tú estás igual.

- Es que me ves con buenos ojos.

- ¿Con qué ojos se mira sino con los del corazón?

- Y sigues siendo un poeta.

- Y tú una mujer atractiva. No lo digo yo, lo veo en las miradas de los hombres.

- ¿Celosillo?

- En absoluto. Me encanta.

- Eres maravilloso, Manu.

El hombre coge a la mujer de la cintura, la atrae hacia él y le da un beso en la boca. En efecto, la sigue viendo como el primer día: una mujer maravillosa. El tiempo pasa, pero para ellos parece haberse detenido.

- Lo sé, mi amor, Por cierto, recuerda que Clara y Edu vienen a cenar esta noche.

- No lo he olvidado, cariño. He preparado mi ensalada especial "Ana".

- Conviertes una simple ensalada en una delicatessen. No sé cómo lo consigues. A los chicos les encanta.

- Con piñones y jamón ibérico, ¿cómo no conseguirlo?

- Intuyo que van a contarnos algo importante. Clara estaba muy habladora. Cuando no para de hablar es que está nerviosa pero ilusionada. Me atrevería a decir que estaba loca de contenta cuando llamó para preguntarnos que si nos venía bien que vinieran a cenar a casa hoy.

- ¿Un nieto?

- ¿Qué si no?

- Un nieto, Manu.

- Un nieto, Ana...

- Tu nieto.

- Nuestro nieto, mi amor. A mi hija... te la ganaste y a mi yerno, también.

- ¿Cómo no hacerlo si tu hija es tan buena persona como tú y supo elegir bien? Edu es un hombre extraordinario.

- Eligieron bien los dos, ¿no?

- Elegimos bien los cuatro...

- Ana, ¿crees que nos dará tiempo para sentarnos un ratito en el sofá y ver una peli antes de que vengan?

- Está todo listo, cariño. Sólo queda poner la mesa, que prepares tu crema especial para las tartaletas y poco más.

- ¿Y me mimarás?

- ¿Y cuándo he dejado de hacerlo desde que nos conocemos, Manu?

- ¿Y yo? ¿He respondido siempre a tus expectativas, cariño?

- Como los arcoiris, mi amor, que brillan e iluminan. Los arcoiris siempre cumplen con mis expectativas y me hacen sonreir cuando los contemplo. Son pura magia.

- ¿Vemos nuestra peli favorita, Ana?

- Claro, cariño, búscala y dale al Play mientras voy a por patatas y un vinito. Nos quedan dos horas de sofá y mantita.

- Te quiero, nena.

- Idem.


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